viernes, 1 de mayo de 2015

Cuando una frase se hace célebre

"Mucha gente, pero pocos hombres..."

"Actuar conforme a la naturaleza, despreciando las riquezas y los convencionalismos sociales" era la fórmula de vida adoptada por Diógenes el Cínico, gran filósofo griego de hace más de 2.300 años. Se sabe, además, que su opinión acerca de los hombres no era muy optimista, como lo revela un para de respuestas suyas. En una ocasión, salió por las calles de Atenas en pleno día, con una linterna encendida, y al ser interrogado por su extraña conducta, contestó: "¡Busco un hombre!". Y en otra oportunidad, cuando le preguntaron si había visto mucha gente en los Juegos Olímpicos, replicó: "Mucha gente, pero pocos hombres".
¡Lindo personaje el tal Diógenes para tenerlo como adversario! 

Diógenes de Sinope



"¡Tanto ruido por una tortilla!"

Almorzando en una taberna con varios amigos, en un día de Semana Santa, el poeta y escritor francés Vallée Des Barreaux (1599-1673) quiso hacer alarde de descreído y ordenó al cocinero una tortilla con abundantes lentejas de jamón serrano. Un rato después, cuando ya estaba la fuente sobre la mesa y todos se disponían a comer, se desató una tormenta espantosa y algunos truenos hicieron temblar la casa durante varios minutos; entonces, creyendo advertir un aviso del cielo en aquel fenómeno, Des Barreaux arrojó la tortilla por la ventana y dijo, entre arrepentido y fastidiado: "¡Tanto ruido por una tortilla!".

Jacques Vallée Des Barreaux


"¡Agua a las cuerdas!" 

Se trataba de colocar el obelisco que adorna actualmente la plaza de San Pedro, en Roma, el día 10 de septiembre de 1586. Muchos hombres se esforzaban en la tarea, bajo las ordenes del arquitecto Fontana, y el Papa Sixto V había ordenado que, para evitar distracciones peligrosas, todo el mundo guardase el mayor silencio bajo pena de muerte. Pero, repentinamente, algunas sogas empezaron a correrse, y todos temieron por la estabilidad de la enorme mole. Entonces un marino genovés, llamado Bresca, desobedeció la orden papal y lanzó un grito: "¡Agua a las cuerdas!". El arquitecto Fontana aprovechó la idea sugerida: se mojaron las sogas, se salvó el peligro y el Obelisco pudo ser instalado. Y aquí cabe una pregunta: ¿estaría el Obelisco donde está si Bresca se hubiese callado la boca?.

Obelisco de Plaza San Pedro


"Tú también, hijo mío..."

Desoyendo el Oráculo, que le advertía acerca de "un final dramático en los idus de marzo" (se llamaba "idus" a la última de las tres partes del mes romano), el dictador Julio César no desistió de ir al Senado en dicho lapso. En aquel lugar, un grupo de conspiradores lo atacó con sus puñales, hiriéndole Casca en primer término, y recibiendo en total veintitrés heridas. Pese a todo, César intentó alguna defensa, pero cuando vio que uno de sus atacantes era Bruto, su hijo adoptivo, dejó caer los brazos, exclamó con desaliento: "Tú también, hijo mío..." y se entrego a la furia de sus asesinos. Tenía 56 años y esto ocurría en el año 44 a. de C.

Muerte de Julio César, Vincenzo Camuccini 1798

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