miércoles, 30 de noviembre de 2016

Las más bellas esculturas de todos los tiempos

Estatuas de la India antigua

La india fue la cuna de un arte que se expandió por el sudoeste de Asía (llegando hasta China y Japón) y que se basó en creencias religiosas. Fue un arte sacro porque su fin no fue estético, sino que trataba de facilitar, por medio de símbolos, la contemplación religiosa. Contrariamente a lo que ocurrió en Occidente -Grecia, Roma y Francia-, era el escultor el que creaba la arquitectura. La imagen femenina fue el tipo humano ideal utilizado por los escultores y los atributos femeninos fueron exagerados como en los primitivos ídolos de la fecundidad. El budismo tuvo una influencia decisiva, y las figuras que se relacionaban con Buda tienen una actitud tranquila y una gracia risueña propias de una gran paz interior.






Yakshi

Esta escultura de una yakshi o antigua divinidad que representaba la fertilidad de la tierra se halla situada como soporte del arquitrabe del edificio. La figura, con los relieves fuertemente marcados, se recorta en el cielo, creando así una sensación visual de gracia y movimiento. Los atributos femeninos se acentúan y adquieren mayor relevancia por la leve torsión del cuerpo, reforzado por el movimiento de los brazos y las caderas. La obra data del siglo I a. de Cristo y demuestra la persistencia de primitivas creencias anteriores al budismo.





Buda

Hacia el siglo VI de la era cristiana se realizó esta escultura, que representa a Buda de pie y se distingue por las suaves lineas curvas de toda la figura, con lo que se logra la unidad formal de la misma. La actitud representada se llama "gesto tranquilizador".




Fuente

Cabeza de Buda

Realizada en caliza, esta cabeza es una de las típicas imágenes de Buda. Se cree que fue modelada entre los siglos V y VI, y se encontró en la ciudad de Gandhara.




Buda predicando

Esta imagen representa a Buda predicando por primera vez, y fue realizada en el siglo V. Debajo están representados monjes en adoración.




Shiva Nataraja

Escultura de bronce que representa al dios Shiva, destructor y renovador de todas las cosas, pataleando a un demonio que personifica el olvido y la ignorancia.




lunes, 28 de noviembre de 2016

De la vida misma

La verdadera grandeza 

En una de las acaloradas polémicas a que frecuentemente lo arrastraba su generoso entusiasmo, discutía cierta vez el magnifico escritor francés Victor Hugo durante el entreacto de una presentación teatral sobre la preponderancia de unos países sobre otros.
A medida que se barajaran argumentos, el ardor de Victor Hugo iba en aumento. En verdad, todo en él fue siempre signado por ese fuego sagrado: desde su particularísimo estilo de escribir hasta su propio estilo de vida, permanentemente agitado por verdaderas tormentas intelectuales, políticas y sociales. Jamás el gran escritor esquivó lucha alguna. Y, tal vez, por eso fue grande.
En la defensa de los desamparados, muy especialmente, su constante batallar aleanzó niveles de epopeya. Ahí está su monumental obra "Los miserables" para probarlo, entre otras.
Pero en aquella particular ocasión a que nos hemos referido no se discutía la igualdad entre los hombres, sino entre los pueblos. Se daban razones más o menos valederas en favor de países con gran poderío militar o económico.
La irritación de Victor Hugo iba en aumento al ver cómo se reducía todo a factores materiales; por eso estalló, diciendo:
-La grandeza de un pueblo no se mide por el número de sus componentes, como no se mide por estatura la grandeza de un hombre.



Victor Hugo.



La cama

Un mueble para el descanso 


Cama de la emperatriz Josefina, esposa de Napoleón, en el palacio de la Malmaison.

Siempre se la llamo cama. Al menos para nosotros, los que hablamos castellano, idioma que la tomó del latín, donde se decía cama. Pero no siempre fue lo que es, y lo vamos a ver ahora.
El diccionario la define como "armazón de madera, bronce o hierro en que generalmente se pone jergón o colchón de muelles, colchones de lana, sábanas, mantas, colchas y almohadas, y que sirve para dormir y descansar en ella las personas".
Sin embargo, en los primeros tiempos se reducía a un montón de hojas secas o a una piel de animal tendida en el fondo de una caverna.
En los países fríos se cavaba una zanja en cuyo fondo se ponía ceniza tibia y a cuyos costados se dejaban hogueras encendidas, y esa era la cama.
Claro que en seguida comenzaron las variantes. Los antiguos germanos utilizaban las hojas y se tapaban con las pieles. Después construyeron una especie de cajón, relleno de hojas, musgo o heno. El "modelo" se usó durante mucho tiempo, y aún se lo sigue usando, aunque parezca raro. ¿Qué otra cosa es el jergón que se pone en el suelo con relleno de ramas, paja, pieles, esterillas o telas gruesas?
A medida que se iba perfeccionando como mueble, su uso se diversificó, y no sólo se la utilizó para dormir, para lo que había sido creada, sino para comer y velar en ella a los muertos.



Camas funerarias 

Porque el culto de los muertos así lo mandaba, los egipcios construyeron camas donde posaban a sus difuntos ya momificados. Estaban  formadas por un bastidor de madera, a cuyos costados se sujetaban cuerdas o correas entrelazadas que servían para sostener la momia. Las cabeceras de los bastidores destinados a personajes estaban esculpidas con figuras de cabezas de león, toro, esfinge o chacal, haciendo juego con sus partes inferiores, es decir, tallando allí las garras, patas o colas del animal, a modo de sostén, porque se las colocaba ligeramente inclinadas en esa dirección, 
Había también camas funerarias parecidas a un diván cubierto por un colchón delgadito. Éstas estaban coronadas por doseles o baldaquines y tenían almohadas de madera, alabastro o marfil, con forma de medialuna. En las columnas que sostenían los doseles se esculpían figuras de dioses (y también en la almohada), como la de Bes, dios de la fealdad.
El difunto momificado era puesto en una cama especial, semejante a un diván.

Cama funeraria egipcia.

¿Cuándo se inventó la cama plegadiza? Nadie podría decirlo con certeza, pero
sin duda es muy antigua, como lo demuestra este modelo egipcio, (ca. 1500 a.C).




Camas para comer

Entre los asirios, las camas tenían una longitud menor que la del cuerpo, según puede verse en un bajorrelieve en que aparece el rey Asaradon. El monarca está reclinado, encogido, con la parte inferior del cuerpo cubierto por una colcha con franjas en los bordes. La cama tiene la cabecera levantada, con cojines para apoyarse. Se ve que sus patas están unidas por travesaños y que han sido labradas artísticamente. Son altas, muy altas. Hay una mesita la alcance de la mano, porque el monarca participa de un festín. 
Herodoto cuenta que después de la batalla de Platea, el persa Mardonio abandonó en el campo lechos para comer incrustados de oro y plata y recubiertos de ricas telas. Como los egipcios, aunque dedicadas a los vivos, los persas tenían camas techadas con baldaquines.
Parece que el hábito de comer en la cama se extendió hasta el siglo VI de nuestra era. Pero todavía falta para llegar a este siglo.
Los hebreos se decidieron por el diván oriental para descansar y las camas de marfil para reclinarse en los banquetes. Del diván oriental viene precisamente la cama turca, que es esa especie de sofá ancho, sin respaldo ni brazos, preferido por ser tan práctico. 



Tres tipos de camas griegas

Los poemas homéricos hablan de las camas para dormir y de las camas funerarias. Pero los griegos utilizaban, de verdad, tres tipos de camas para el descanso. Uno, el lectus, o lecho propiamente dicho, ubicado en el lugar determinado de la casa; otro, el demya, o lecho transportable, de campaña, y finalmente, el chamadas, cama hecha en el suelo con pieles. De los tres, el lectus era el más importante, y se lo fabricaba de madera de arce o haya, torneando sus patas y aun esculpiéndolas, y poniéndole adornos de incrustaciones de plata, oro y marfil.
La cama de Ulises, su lectus, fue construida por él mismo en su palacio de Itaca, según nos lo cuenta la Odisea. El héroe la hizo sobre un tronco de olivo, aún arraigado en tierra y cortando a la altura conveniente. Tenía por fondo correas de cuero de toro, teñidas de púrpura, y estaba adornada con incrustaciones de metales preciosos.
Luego los griegos incorporaron la cama para comer y beber, que tuvo gran aceptación. En ellas, el comensal bien educado debía apoyar el codo del brazo izquierdo sobre un cojín, ¡y cuidado si apoyaba el derecho!
Fueron los griegos los que difundieron el uso del colchón relleno de plumas o lana,

Cama griega de la época de Pericles. Los griegos tenían tres tipos de camas, siendo
el principal el lectus, que estaba adornado con incrustaciones y molduras.


La cama romana

La cama romana, igual que la etrusca, se parecía a la griega. Pero los romanos, muy ricos como dueños del mundo , las mandaron a hacer de oro puro, ébano, otras maderas finas y bronce, cubriéndolas de distintos tipos de colchones, a cada cual más mullido. Se cuenta que la cama de Heliogábalo era de plata maciza.
Fueron tan prolijos en ese aspecto, que tenían camas más bajas para enfermos, camas para dormir la siesta y camas para meditar y escribir, en las que se colocaban boca abajo. ¡Y tenían las camas de los banquetes, el famoso lectus tricliniaris, o lecho donde se reclinaban tres! La ceremonia de comer con invitados mandaba tener una mesa y, alrededor de ella, tres camas para reclinarse, dejando un lado libre para el servicio.

Ilustración de lectus tricliniaris. 



Sólo para dormir

La cama fue perdiendo sus adornos cuando se la utilizó sólo para dormir. Esto ocurrió poco a poco, desde luego. Durante el siglo XI estuvieron de moda las camas-nicho, o camas cavadas en la pared. Después fueron aumentando su tamaño. Eran enormes armatostes, con grandes colchones, durante la Edad Media. Los reyes francos, hacía el siglo XII, tenían oficiales encargados especialmente de tenderles la cama (costumbre que conservarían muchos reyes). El de Carlomagno se llamaba Regilfredo.
Fue por esa época, y durante los siglos XIII y XIV, cuando se generalizó el uso de cortinas para ocultar la cama y volvieron a colocarse baldaquines, en los que el arte gótico dejó sus huellas.Las camas se convirtieron en verdaderas casas de madera tallada y labrada.
El lujo de las camas del siglo XV y XVI fue el dosel, sostenido por columnas, que en el Renacimiento fueron lisas o esculpidas, y después salomónicas. Las cortinas, entonces, eran de brocado, terciopelo o raso. Esta moda se extendió hasta el siglo XVIII, en que apareció la cama imperial o estilo imperio (llamada así porque su techo o templete tenía la forma de un corona imperial).
Cuando la talla fue sustituida por el torneado, apareció la cabecera con barandillas superpuestas, balaústres y remate ornamental. Y ya estamos en la cama de hierro repujado de los españoles. En la cama que se ha despojado de lo superfluo para tener en cuenta principalmente la comodidad, la sencillez y la higiene.


Cama diván del siglo XVIII


Modelo de cama denominado "barco", realizado
en Francia a principios del siglo XIX.


Diversos modelos de camas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Fuente de img. 1

Dormitorio de Napoleón Bonaparte en la Malmaison,
del más puro estilo Imperio, severo y elegante.

viernes, 25 de noviembre de 2016

¿Es lo mismo el hambre que el apetito?

Nuestro organismo está constituido por un 70% de agua y un 30% de sustancias sólidas, tales como proteínas, grasas, azúcares, vitaminas, hormonas, enzimas, etc. Esa cantidad debe mantenerse más o menos constante, y para ello el organismo tiene complejos mecanismos que impulsan a beber si se tiene sed o comer si se tiene hambre. Pero... ¿es lo mismo sentir apetito que tener hambre?


Garfield


Se llama apetito a esa sensación subjetiva relativamente agradable, basada en experiencias anteriores de iguales situaciones, que desde el nacimiento es satisfecha por la ingestión de alimentos que dejan bienestar y que, además, provocan placer por el propio gusto de los mismos. El apetito es una sensación necesaria para mantener la vida.


¿A qué llamamos hambre?

Es una manifestación orgánica desagradable, acompañada muchas veces por dolor en el estómago y de una sensación de debilidad, ansiedad e imperiosa urgencia de comer. El hambre es un mal social que afecta a muchos pueblos del mundo con bajo desarrollo económico y es un flagelo endémico al cual rinden tributo miles de vidas humanas continuamente.


Mecanismos de regulación

La sensación de apetito parecería despertarse ante la circunstancia de que en el organismo disminuyen, por consumo, ciertas sustancias nutritivas o energéticas de la sangre, como los azúcares y las grasas. Así parecen indicarlo la observación de que la hipoglucemia (bajo tenor de azúcar en la sangre), provocada al inyectar insulina, causa sensación de hambre y el hallazgo frecuente de cifras bajas de azúcar en las personas hambrientas. Sin embargo, el hambre es un síntoma cardinal de la diabetes (condición en que, por el contrario, las cifras de azúcar en sangre son elevadas).
Para Cannon y Anton L. Washburn, el hambre es producida por las poderosas contracciones del estómago en el estado de ayuno "contracciones de hambre". Sin embargo, Carlson y Colb comprobaron que aun faltando las contracciones, igualmente el paciente puede sufrir hambre. También en el ayuno prolongado la sensación de hambre, al principio acuciante, se va mitigando progresivamente hasta casi desaparecer, sin que cese la intensidad de las contracciones gástricas.



Walter Bradford Cannon



El apetito: ¿una sensación constante?

Las sustancias que deberían entrar en juego y cuyas variaciones tendrán efecto sobre el apetito son muy diferentes y con mecanismos de regulación, almacenamiento y consumo muy variados y complejos. En realidad, es más verosímil suponer que el "estado de hambre" es permanente y natural en todos los seres vivos (por eso el apetito es estimulante y agradable) y hay, en cambio, situaciones de "freno" o "detención" que inhiben el hambre. Estas situaciones son la masticación, a veces aun de productos inertes como el chicle, pero, fundamentalmente, la distensión y repleción del estómago, a partir de lo cual se inicia una señal de "saciedad" por vía nerviosa y luego parecería que la pared del estómago segregara una hormona a la circulación que provoca la saciedad. 
De la existencia de una verdadera "hormona de la saciedad" habla un interesante experimento, en que se trasfunde sangre de un animal que ha comido bien a otro hambriento y se observa que el hambre de este último se satisface, mientras que no se puede despertar apetito en un animal saciado al que se le trasfunde sangre de otro hambriento.
Al parecer, toda la información referente a la necesidad de comer o a la saciedad se procesa a nivel de los núcleos de la base del cerebro (llamados del hipotálamo), ya que lesiones de esa área y de la hipófisis pueden causar obesidad por exceso de ingestión de alimentos. En cambio, otras lesiones de la hipófisis provocan anorexia, es decir falta total y persistente del apetito.



Dieta correcta sin diestista 

La observación y la experimentación con animales han demostrado que existe hambre selectiva, es decir que ellos (y al parecer el ser humano también), frente a determinada falta de un tipo de principio nutritivo, se esfuerzan por ingerir y prefieren, en las dietas a su alcance, los alimentos que contienen en mayor cantidad.
Hace ya muchos años (1942), Richter planeó un interesante experimento: consiste en separar lotes de ratas, uno con una dieta balanceada en una mezcla homogénea y otro con varios comederos con alimentos puros en cada uno (hidratos de carbono, grasas, proteínas, vitaminas y aun soluciones de diversas sales, en cantidades medidas). Así pudo probar que los pequeños animales de este último lote se las ingeniaban para comer las cantidades apropiadas de cada tipo de alimento y se confeccionaba una dieta que les permitía mantenerse tan bien y crecer igual que el grupo científicamente alimentado. De allí que sus conclusiones fueron: "En el hombre y los animales el esfuerzo para mantener la constancia del medio interno (llamado homeostasis) constituye uno de los más poderosos y universales determinantes de la conducta del individuo".


Curt. P. Richter.


Cuando una frase se hace célebre

"Por esos agujeros se ve tu soberbia"

Apenas cubierto por un manto viejo y muy raído, y llevando una mochila y el bastón de mendigo (símbolos de una filosofía que consistía en despreciar riquezas y placeres mundanos), el filósofo griego Antístenes recorría los lugares públicos de Atenas y con largos discursos invitaba a sus compatriotas a imitar su ejemplo. "Sólo seréis felices -repetía- cuando tengáis, como yo, nada más que un manto lleno de agujeros". Todo le fue más o menos bien, hasta que se encontró con Sócrates, quien, luego de escuchar su latiguillo, le dijo: "Tu manto tiene muchos agujeros, si... ¡pero por esos agujeros se ve tu soberbia! ".



Sócrates




"¡Más te valiera oler a ajos!" 

Frecuentaba la corte de Enrique IV, de Francia, el vizconde de Alambert, cuya máxima preocupación consistía en mostrar la riqueza de sus ropas, la elegancia de sus adornos y puntillas, la exquisitez de sus perfumes, el refinamiento de sus modales... ¡y todo frente a un rey que, durante sus veintiún años de gobierno, había luchado hasta lograr la paz con España y para reparar los daños de una larga guerra civil en su patria! Por eso, en una ocasión, cuando el amanerado vizconde hacía mayor gala de sus peinados y cosméticos, Enrique IV perdió la paciencia y le dijo: "Oye de Alambert: ¡más te valiera oler a ajos!".


Enrique IV de Francia



"Dejen, que se ocupen de mi perro"

Uno de los más aborrecibles tiranos que recuerda la historia fue el general ateniense Alcibíades, que gobernó en Grecia hace alrededor de 2300 años, y son abundantes las pruebas que dejo su crueldad, prepotencia, abuso de autoridad y desprecio por la vida de sus semejantes. Se cuenta que, en cierta ocasión, Alcibíades compró un hermoso perro, y apenas lo tuvo en su poder ordenó que le cortasen la cola, provocando con esa orden toda suerte de comentarios, charlas y murmuraciones en el pueblo. Y cuando algunos de sus compinches en el poder le interrogaron acerca de la insólita actitud, Alcibíades contestó: "Dejen que la gente se ocupe de mi perro, ¡Mientras tratan de averiguar por qué razón cometí la barbaridad de cortarle la cola, no averiguan otras barbaridades más graves que yo hago!".



Alcibíades




miércoles, 23 de noviembre de 2016

Alejandro Dumas: El creador de "Los tres mosqueteros"




Cuando su hijo, el escritor del  mismo nombre, encontró a Alejandro Dumas llorando en su escritorio y le preguntó qué le pasaba, el novelista le explicó:
-¡Acabó de matar a Porthos!
Porthos, el gigante bueno, era el preferido de los mosqueteros inventados por él. La novela llegaba a su fin y tenía que terminar con el personaje.
Así era Alejandro Dumas, el creador de "Los tres mosqueteros" y de tantas novelas de aventuras donde viven personajes semejantes a Porthos, es decir, tan "reales" como él, capaces de hacer que se lamente su desaparición. Cuando ocurrió esta anécdota, el escritor había publicado gran parte de su obra, que abarca muchos volúmenes, y estaba rodeado de criaturas de ficción que enriquecen la literatura universal.

Alejandro Dumas




Alejandro Dumas hijo, el autor de "La dama de las camelias"




La ambición de un escribiente 

Era hijo de un general también llamado Alejandro Dumas y había nacido el 24 de julio de 1802 en Villers - Cotterêts (Aisne), Francia. El general murió, dejándolos a él y a su madre con una pensión que no alcanzaba para costear sus estudios. Apenas pudo emplearse, trabajó en el despacho de un notario, pero, ambicioso por naturaleza, decidió probar suerte en París.
En la capital del reino un ex compañero de armas de su padre lo recomendó al duque de Orleáns, convencido de que por su buena caligrafía le darían un empleo de escribiente. Y así fue, por suerte para el futuro autor, porque eso le permitió estudiar. Leyó especialmente historias de Francia, aprendió idiomas y se aficionó a las representaciones teatrales. Precisamente una de éstas, "Hamlet", de Shakespeare, le despertó la vocación literaria, según lo recordó después. No, no quería ser "escribiente", sino "escritor".


Alejandro Dumas joven.


Un dramaturgo y un revolucionario 

Comenzó escribiendo para el teatro y publicando el infaltable primer libro de poemas de todo autor.
A los 23 años vio representada su primera obra y, contento con su suerte, buen hijo como sería buen padre, llamó a su lado a su madre y comenzó a escribir sin descanso. El primer éxito le reportó importantes ganancias. Se trataba de un drama en cinco actos, titulado "Enrique III y su corte"
Se cuenta que el propio duque de Orleáns, a cuyo servicio seguía trabajando, asistió al estreno. Entusiasmado, el noble inició los aplausos, que fueron seguidos por todo el teatro y se convirtieron en ovación. No contento con esto, lo nombró bibliotecario de su casa.
Sin embargo el estallido revolucionario de 1830 decidió al flamante dramaturgo a cambiar la pluma por las armas y a marchar a la campaña iniciada por La Fayette. De vuelta de esa incursión en provincias, informó al mismísimo Luis Felipe sobre sus trabajos en favor de la causa de Orleáns y fue nombrado capitán de artillería, recibiendo, asimismo, una condecoración.



De nuevo las letras

Quizás esperara otro tipo de recompensa por su intervención revolucionaria, pero lo cierto fue que aquel nombramiento y la distinción que lo siguió no conformaron a Dumas, quien volvió al campo de batalla que le pertenecía de veras y al que no abandonaría nunca. Pero como a veces escribía en colaboración con otros autores, en una oportunidad parece que olvidó mencionar al compañero de trabajo, y debió batirse a duelo...
En 1832 enfermó de cólera, y la enfermedad trajo consecuencias inesperadas para su vocación. Los médicos le recomendaron que hiciera viajes de descanso y él aprovecho para escribir sobre los lugares y gentes que veía, iniciando una serie ininterrumpida de "Impresiones de viaje" por países europeos y asiáticos, continuada a través de los años.




La historia como escena de aventuras

Así nació uno de los más importantes conjuntos de obras de intriga y acción que tuvieron por escenario la historia, y que haya concebido novelista alguno. Para ello, claro, Dumas debió continuar con su sistema de trabajo, de gran esfuerzo personal pero a la vez de gran ayuda por parte de colaboradores. Se comentaba que el novelista decía, al respecto, que él tenía "tantos colaboradores como generales Napoleón".
A partir de 1838 publicó, entre otras, "El capitán Paul", en ese año, "El caballero de Harmental" (1843), "Los hermanos corsos", (1845), "El conde de Montecristo", (1844-45), "El caballero de Casa Roja", (1846) y "Memorias de un médico" (1846-48).
De este período, la más célebre de sus novelas es "Los tres mosqueteros" (1844), cuya acción se continúa en otras dos, "Veinte años después" (1845) y "Diez años más tarde o
El vizconde de Bragelonne" (1848-50).
A esas producciones le siguieron "El collar de la reina" (1856), en su versión teatral ; "Las lobas de Machecoul" (1859), "Los garibaldinos" (1861), crónica de la campaña de Garibaldi en la que el propio Dumas participó, y muchísimas otras.
La fatiga comenzó a notarse al final de su vida. Pero puede decirse que escribió hasta el momento de morir en Puys, cerca de Dieppe, el 5 de diciembre de 1870. Entre los papeles de su escritorio se encontró todavía una obra inédita, su "Gran diccionario de cocina", que apareció al año siguiente.
La fecundidad de Dumas novelista puede medirse por este balance que él mismo hizo en 1848: "Durante veinte años he trabajado diez horas diarias, lo que representa un total de setenta y tres mil horas. En esos años he escrito cuarenta tomos de novela y treinta y cinco dramas."
¡Y le faltaban vivir todavía veintidós años!


Xilografía de Maurice Leloir para la novela "Los tres mosqueteros",
que se hizo muy popular en todo el mundo.


Retrato de Luis XIV, el Rey Sol. Este personaje histórico aparece
en la novela "El vizconde de Bragelonne", junto a otras figuras de
ficción, recurso que permitía a Dumas reconstruir el pasado en
forma novelesca, pero dando sensación de verosimilitud. 





De la vida misma

La preocupación de Molière 

Molière, el gran autor dramático francés que vivió entre 1622 y 1673, era también un notable actor y había formado una compañía que representaba sus obras en los teatros de París y de otras ciudades del interior de Francia.
La triple tarea de director, autor y actor agotaba a Molière, quien muchas veces debía tomar parte en las representaciones hallándose en malas condiciones de salud.
Una tarde sufrió un acceso de fiebre bastante grave y el médico le aconsejo que no abandonara la cama por varios días, pues podrían sobrevenir serias complicaciones pulmonares. Molière lo escuchó en silencio y luego dijo: 
-Deme usted algo para tenerme en pie. No puedo dejar de trabajar.
-Pero -replicó el médico-, ¿quién le obliga a usted a semejante sacrificio que puede costarle la vida?
-Nadie..., pero mis compañeros de trabajo cobran por cada representación. Y si ésta se suspende de pronto, ¿cómo van a arreglar para seguir viviendo?


Jean-Baptiste Poquelin, llamado Molière.


martes, 22 de noviembre de 2016

El río Paraná

Puente Rosario - Victoria



Los indios guaraníes y chanás lo recorrían libremente en sus canoas, hechas de troncos ahuecados. Lo llamaban "Paraná o mar", según lo recuerda Martín del Barco Centenera en 1602, en su poema "Argentina y la conquista del Río de la Plata". En 1516 lo divisaron los hombres de Juan Díaz de Solís, y en 1527 lo exploraron los de Sebastián Gaboto, uno de cuyos acompañantes lo describió como río de "muchas islas; tantas, que no se pueden contar".
Alejo García lo había cruzado ya, en un punto no determinado, cuando se dirigió desde Santa Catalina hasta el Perú, en busca del País del Rey Blanco, atravesando el continente entre los años 1521 y 1526.



Origen y formación 

El Paraná nace a los 15° 30` de latitud sur, aproximadamente hacia el noreste de la capital del Brasil.
Brasilia -la flamante capital- está asentada junto al gran lago artificial formado por las aguas tributarias del río Paranoá, afluente del São Bartolomeu, que baja desde la meseta planaltina y finalmente desagua en el Paranaíba.
El Paranaíba recorre 1200 kilómetros y se vuelca luego en el Grande, a 20° de latitud sur. Es precisamente de la unión del Paranaíba y el Grande de la que nace el Paraná, es decir, el río que, bajando en dirección sudoeste, desemboca en el Plata, después de un recorrido de 3780 kilómetros.


Aspecto del río

En su curso superior, el río corre revuelto, abriéndose paso entre altas barrancas y cayendo en saltos y cascadas. Más adelante, cuando entra al cauce que lo contendrá, junta todas sus fuerzas y se lanza formando nuevos saltos y cataratas. Después sirve de frontera entre Brasil y Paraguay, hasta la confluencia del Iguazú, punto en que se inicia el Paraná argentino-paraguayo o Alto Paraná. A partir de allí desde Tres Bocas -donde se le suma Paraguay-, está en suelo argentino.
El poeta Manuel José de Lavardén, que nació y vivió en Buenos Aires entre los años 1754 y 1809, reconoció ya su largo recorrido en la "Oda" que le dedicó y que lo ha hecho famoso. En esa composición laudatoria le dice, confundiendo caimanes con cocodrilos:

"Augusto Paraná, sagrado río,
primogénito ilustre del Océano,
que el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes recamados de verde, y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco,
suave frescor, y pródiga abundancia."


Manuel José de Lavardén




Algunos afluentes

Son afluentes del Paraná en territorio brasileño, entre otros, el Tieté, que nace en San Pablo, el Paranapanema y el Iguazú, que da nombre a las cataratas descubiertas por Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542.
El río Paraguay, al unírsele, le trae aguas de los Andes a través del aporte de sus tributarios, el Pilcomayo y el Bermejo, que aluden con sus nombres al color de sus corrientes (con minerales ferruginosos en suspensión), y le dan el tinte leonado. Los sedimentos que arrastran forman, finalmente, las islas y los bancos de arena que los caracterizan, y la fuerza de la corriente da origen a los muchos brazos que se internan selva adentro y terminan en riachos sin salida o vuelven al punto de partida después de describir vueltas.


Cataratas del Iguazú


Anchura y longitud

El Paraná recorre 1208 kilómetros desde Corrientes (en la República Argentina) hasta su boca. En la provincia mencionada alcanza una anchura de 4200 metros y va estrechándose aguas abajo. En Bella Vista llega a 2600, en Santa Fe a 2300 y en Rosario a alrededor de 2000 metros. Las zonas inundables, llamadas lechos de inundación, que son las que puede cubrir el rió al desbordar, se van ampliando hacia abajo, en un proceso inverso al de la anchura de las costas. Así, de 13000 metros a la altura de Corrientes llega a 56000 en Rosario- Victoria.
La amplitud máxima de este coloso se da en su tramo final, es decir, en el Delta, el sector comprendido entre el puerto de Diamante y la desembocadura, con una superficie de 14.100 kilómetros y un ancho de 18 kilómetros frente a Baradero y 61 entre los ríos Gutiérrez y Luján.
Otra característica notable del río son las alturas de sus barrancas. Las de la margen izquierda, entre Corrientes y Victoria, por ejemplo, sobrepasan los 20 metros; las de la derecha, entre Barranqueras y Santa Fe, son bajas, y al sur del Carcarañá, elevadas y de caída abrupta.


Cuenca del Plata
Fuente



Afluentes y régimen

Desde sus dos margenes el río recibe afluentes de importancia para el régimen de sus aguas. Los de la izquierda son muchos, pero no muy extensos, y entre ellos se cuentan el Riachuelo, el Empedrado, el San Lorenzo, el Santa Lucía, el Corrientes, el Guayquiraró, el Feliciano, el Nogoyá y el Gualeguay. Entre los de la derecha se destacan el Negro y una serie de ríos menores, a los que siguen el Salado del Norte, Pasaje o Juramento, el mayor de los tributarios del Paraná, el Carcarañá (a través de Coronda) y otros cursos menores, como el Saladillo, el Arrecifes, el Areco y el Luján. 
Porque las lluvias son constantes en una amplia área de esos afluentes, el Paraná recibe un caudal regular de aguas durante todo el año. También es alimentado en forma notable hacia el otoño, con la crecida de los ríos que vienen de la cordillera, los que aumentan su caudal con el deshielo estival.



Los tramos navegables 

Si se atiende al calado de las naves, el Paraná, debido a sus características, es navegable desde su desembocadura hasta Santa Fe por barcos de 19 pies; desde este puerto hasta el de Corrientes, por naves de 10, y desde allí hasta Posadas, por embarcaciones menores. Aguas arriba, se navega sólo con las de fondo chato, que pueden acceder a Puerto Méndez, en el Brasil.
Desde las primeras fundaciones de la conquista, asentadas en sus costas, hasta las actuales ciudades, mucho a crecido la importancia de sus puertos. La propia ciudad de Buenos Aires, que se levanta sobre la rivera del Plata, es una urbe del Paraná, ya que aquel gran río es una prolongación natural de éste, y la ciudad ha invadido la zona del Delta. Otras ciudades importantes son Santa Fe, Paraná, Resistencia y Corrientes, para referirnos sólo al Paraná argentino. Han prosperado por la vía de comunicaciones que les ofrece el río en cuanto a navegabilidad y por las demás riquezas que les brinda, especialmente en pesca.


Club de Regatas en el delta del Paraná



Túnel Subfluvial Hernandarias que une las ciudades argentinas
de Santa Fe y Paraná por debajo del río.



Un potencial de energía 

Pero para esas ciudades modernas, en las puertas de la industria, el mayor aprovechamiento del río será el de su energía hidráulica, ya que posee saltos y cascadas inapreciables con este fin. Brasil ya lo ha hecho y continúa en la empresa. También Paraguay, que vende energía eléctrica de su usina del río Acaray a la provincia de Misiones. Entre el último país y la Argentina hay concertados importantes acuerdos y obras en vías de realización, como las del Yacyretá- Apipé*.


Represa Yacyretá* fue construida y abastece el 22% de la
demanda de electricidad argentina y genera el 60% de la
energía hidroeléctrica del país.