lunes, 6 de junio de 2016

Cuando una frase se hace célebre

"¡Soldado, hiere en el rostro!"

Luchaban los rudos veteranos de Julio César contra los atildados jóvenes patricios de Cneo Pompeyo en la famosa batalla de Farsalia -año 48 a. de C.-, y la suerte de las armas estaba indecisa entre ambos ejércitos. Entonces, sabiendo que a los soldados de Pompeyo les aterrorizaba la idea de mostrar cicatrices en la cara, Julio César dio la orden que inicia estas líneas, y el efecto fue instantáneo: ¡los jóvenes patricios se batieron en retirada, temiendo ser desfigurados por las lanzas de los legionarios!


Julio Cesar


"¡Mejor están en Bombay!"

Esta frase -usada con frecuencia para indicar que "se está mejor donde se padecen grandes calamidades"- tuvo su origen cuando un tal Urrecha, redactor de "El Imparcial" de Madrid, escribió una crítica muy mediocre de un drama de Echegaray. Al leer esa crítica, el celebrado sainetero Ricardo de la Vega publicó esta quintilla:
"En Bombay dicen que hay
horrible peste bubónica.
Aquí Urrecha hace la crónica
de un drama de Echegaray.
¡Mejor están en Bombay!"
Sólo falta saber qué habrá molestado más al comediógrafo Echegaray: si la mala crítica de Urrecha o el juicio de de la Vega.


Ricardo de la Vega
Fuente


"¡Ya no se puede morir gratis!"

Disponíase el famoso general y político ateniense Foción a beber la cicuta (año 317 a. de C.), cuando su carcelero le exigió el pago de doce dracmas "por el trabajo de machacar la planta y preparar el veneno". Con serenidad y heroísmo, aquel hombre que había sido injustamente codenado a muerte se dirigió a uno de sus amigos presentes y le dijo: "Entrégale el dinero que pide". Y apurando de un sorbo el contenido de la copa, agregó antes de expirar: "¡Ya no se puede morir gratis!".


Foción


"De lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso"

Refiriéndose a la retirada de las fuerzas napoleónicas en la fracasada invasión a Rusia, el obispo de Malinas expresó que le pertenecía "sublime dicha operación táctica, a causa de los sacrificios realizados por el Gran Ejército". Pero ese juicio no fue compartido totalmente por Napoleón, quien destacó en una frase la escasa distancia que existe entre lo ridículo y lo sublime. El mismo pensamiento se atribuye a Talleyrand, pero nada impide que una misma frase la repitan muchos, y sin pagar derechos de autor!


Napoleón Bonaparte

miércoles, 1 de junio de 2016

El Greco: La espiritualidad de la forma y el color

"Aparición de la Virgen a Santa Martina y Santa Inés",
óleo que ornamentaba la capilla de San José, en Toledo.
NGA, Washington D. C.

Estamos en la ciudad de Toledo, España, en 1584. En un viejo palacio ubicado frente a las casas de la Duquesa Vieja tiene su taller el pintor Dominico Theotocópoli, conocido por el Greco. El artista se encuentra en plena tarea. Entremos en la arruinada, pero prestigiosa mansión.
Después de atravesar salas casi vacías, en las que se ven pinturas que repiten varias veces un modelo y que parecen apiladas contra los muros, y muñecos engomados, hechos con pegotes, que sirven al artista para copiar sus figuras, llegamos al taller. Detrás del caballete, con el pincel en la mano, asoma un caballero de más de cuarenta años, delgado y fino. Su cara angulosa está prolongada por la barba en punta. Le relumbran los ojos oscuros y para saludarnos hace un gesto cadencioso con la mano libre, mano que se destaca en seguida, como la otra, por su blancura y perfección. Es el Greco.
En el lugar todo es movimiento, si bien pausado o armonioso. La esposa del pintor, doña Jerónima de las Cuevas se inclina sobre el bastidor en que borda, y el hijo del matrimonio, el pequeño Jorge Manuel, juega con paletas y pinceles. Rodean al grupo familiar, don Antonio de Covarrubias, canónigo de la Catedral, muy admirado por su saber, y Juan Bautista Monegro, el escultor, amigos de Theotocópuli. Esta vez el artista copia del natural. Un modelo está posando para su cuadro de Felipe II.


"San Ildefonso" (1603-1605)
Hospital de la Caridad, Illescas.



El pasado del pintor

No sabemos si entonces se sabía quién era ese Greco, o Griego que pinta en la ex capital del imperio y llama la atención con sus cuadros. Es probable que los toledanos no averiguasen mucho, dada la fama del personaje.
Griego de origen, pues, Dominico Theotocópuli (o Theotokopoulos, o Teotokopolis, o Teotokopoli) nació en Candia, capital de la isla de Creta, entre 1540 y 1541. Hijo de padres que se encontraban en modesta posición, el nombre de bautismo sugiere que pertenecían a la Iglesia católica y no a la ortodoxa, como ocurría con la mayoría de los griegos.
Viajó a Venecia en fecha no determinada y allí perfeccionó su arte, para el que debió demostrar temprana inclinación. Se da por descontado que fue discípulo de Tiziano, uno de los grandes maestros que lo precedieron, quien -de dar fe a un documento- lo recomendó a Felipe II en 1567. Se asegura también que estuvo en Roma, donde abría tenido un juicio poco favorable para el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina...
Lo cierto es que hacia 1577 estuvo un tiempo en Madrid, y de allí pasó a Toledo, donde se instaló y realizó casi toda su obra.



La tierra y el cielo 

En esta visita que le hacemos podemos observar algunos bocetos y copias de cuadros que lo han consagrado. Están allí (aunque puestos cabeza abajo, en el desorden del taller) los guerreros de "San Mauricio", que le encargaron pintar en 1582; los personajes de "El Expolio", que firmó años antes; los caballeros invariablemente vestidos de negro, tan a la moda con las lechuguillas almidonadas, de las que surgen sus cabezas, y los muchísimos San Franciscos en éxtasis, con los ojos de mirada espectral, casi aterradora por el mundo que están viendo. En la ciudad que nada pregunta se susurra, sin embargo, que aquel "San Mauricio", que le ha sido encargado nada menos que por el rey para su palacio de El Escorial, no le agradó al monarca. Pero el Greco cobró su importe.
El artista va y viene con sus pinceles de la paleta a la tela. La luz mengua cada vez más, pero él parece no advertirlo. Sus amigos tampoco, que continúan mirándolo arrobados. Seguramente en la mente del pintor, incansable entonces, está ya ese cuadro admirable que representa el entierro de un noble y en el que sintetizará mucho de la pintura que ha hecho hasta entonces. 
Porque sólo hacia 1586 le encargarán la tela que pasa por ser una de sus mejores creaciones: "El entierro del Conde de Orgaz". En ella dividirá el cuadro en dos partes; la inferior, en la que representa el tema propiamente dicho, con personajes de la realidad (del mundo que vivimos, habría que decir, aunque se trate de caballeros del siglo XVI), y la superior, con la presencia de Dios, la Virgen y sus santos y mártires..., y los ángeles, muchos ángeles y querubines. La tierra y el cielo.



"El martirio de San Mauricio". Este cuadro fue encargado
por el rey de España Felipe II para el monasterio de
El Escorial.



"El entierro del Conde de Orgaz" es una de las obras
más famosas de este artista, que se compenetró
extraordinariamente del espíritu español.
Se conserva en la iglesia de Santo Tomé, Toledo.

Una obra ingente

Hay que decir que trabajaba y trabajaba, cada vez con mayor inspiración. De los maestros que hoy se le reconocen, como el Tintoretto, en el color, y Miguel Ángel, en la monumentalidad o condición escultórica de los personajes, ya no quedaba casi nada en sus telas. Las figuras se le sutilizaban y vibraban confundidas con su contorno, y los cielos se le partían en luces que venían de lo oscuro y anunciaban la corporización de su misticismo. 
Cuando va a iniciarse el nuevo siglo, el XVII, tiene sesenta años, y su actividad no había disminuido. Pinta para el Hospital de Illescas (él siempre trabajaba a pedido, y dejaba copia, en pequeño de lo que hacía) su "Virgen de la Caridad", que no le gustó a los admiradores del Hospital, que juzgaron demasiado modernos los cuellos de los personajes. Pero seguramente eso no le importó. En el mismo estilo de exasperante deformación, que nos produce hoy una impresión de gran belleza, pintó su "Asunción" y su "Visitación", para el Hospital de Tavera, entre tantas obras, incluidas las copias que hizo, porque su fama había extendido su nombre en Europa y se las solicitaban de todas partes.
Poco antes de su muerte, su hijo, que era ya un hombre y había heredado de él la vocación por la pintura, adquirió una capilla en Santo Domingo el Antiguo, con destino a sepultura, en la ciudad, para su padre y él. Así acostumbraban hacerlo los personajes de la época. Eso ocurrió en 1612. Dos años después, el 7 de abril, moría Dominico Theotocópuli.
Del inventario que hizo entonces Jorge Manuel se desprende la ingente obra dejada por el pintor. Pero su importancia no sólo era numérica, sino de calidad, que la posteridad se ha encargado de acrecentar con los descubrimientos de una crítica que lo exalta día a día. El Greco fue un genio de la pintura. Sus cuadros de grupos, de temas religiosos en su mayoría, sus retratos, sus santos y mártires, su mundo de visiones ultraterrenas siguen impresionándonos con la misma lucha que parece haberlo poseído a él en vida: la de su fe en constante crecimiento hacia la gloria de Dios.



"Sagrada Familia" (1595)
Hospital de Tavera, Toledo.



"San Martín y el mendigo" (1597-1600)
NGA, Washington D. C.


"San Andrés y San Francisco" (1595- 1598)
Museo Nacional del Prado, Madrid.
Las figuras alargadas y la notable espiritualidad distinguen
todas las obras de El Greco.



Autorretrato.