lunes, 17 de abril de 2017

Frédéric Chopin

El genio del piano

Pocos han sido los casos en la historia en que un hombre se haya convertido en sinónimo de su arte como Frédéric Chopin, ya que al decir su nombre, éste se asocia inmediatamente al del piano, instrumento al cual estuvo íntimamente ligada la vida del genial polaco, quien hizo de sus sonoridades su propio idioma, expresando como ningún otro compositor la exquisita sensibilidad de su alma a través de ritmos musicales (polonesas, mazurkas, valses) que él ennobleció con su talento.

Fryderyk Franciszek Chopin



Su primeros años

Frédéric Chopin nació el 22 de febrero de 1810 en Zelazowa Wola, un pequeño pueblo cercano a Varsovia, Polonia. Su hogar era humilde, pero en él se vivía un clima de cultura y de serena alegría, muy propicio para el desarrollo intelectual del pequeño Frédéric; su padre era profesor de francés, su madre se preocupaba de su educación y el refinamiento de sus modales, y su hermana Ludwika comenzó a darle las primeras lecciones de música. A los seis años, Frédéric demostró una increíble facilidad para el aprendizaje musical. Ya bajo la dirección del maestro Wojciech Zywny, sus progresos fueron tales que éste declaró asombrado: "Será tan genial como el divino Mozart". A los 14 años, y ya como alumno del Conservatorio de Varsovia, que dirigía J. Elsner, fue declarado "...de extraordinaria capacidad y genio musical" por las autoridades del mencionado instituto.
Pero Chopin era muy débil, casi frágil. Su madre y su hermana Ludwika cuidaron permanentemente de él, con alerta vigilancia y una callada zozobra, ya que la hermana de Chopin había muerto de una afección pulmonar. El fantasma de la enfermedad que lo llevaría a morir tan joven ya se cernía sobre la vida del genial artista.

Retratos de Chopin en su juventud.




Comienza su carrera

A los 19 años, Chopin, deseoso de conocer el juicio del público extranjero sobre su música, partió hacia Viena, donde el 11 y el 18 de agosto de 1829 dio dos conciertos. El éxito fue importante, siendo aclamado por el público y admirado por los músicos, que vieron en él a un auténtico y nuevo genio de la música. Sólo se le hizo una objeción: la poca sonoridad, consecuencia de su escaso vigor, de una pulsación débil que daba por resultado un sonido muy suave, por momentos casi imperceptible, pero de una mágica transparencia. Ésta fue la razón por la cual Chopin eludió siempre tocar en grandes teatros, presentándose generalmente en los salones de la aristocracia o en íntimas reuniones, evitando así el problema de que los oyentes ubicados más lejos, como ocurría en los teatros, no pudieran oírlo perfectamente.
Chopin regresó a Varsovia: estaba enamorado de Konstancja Gladkowska, una alumna del Conservatorio. El amor hacia Konstancja lo retenía allí, pero su gran destino lo arrastraba a viajar, a presentarse ante otros públicos, y fue así como el 1° de noviembre de 1830 se alejó rumbo a Viena.
La despedida fue hondamente emotiva; el frágil joven de 20 años partía solo, siendo su única compañía un pequeño cofre de plata donde llevaba tierra de su amada Polonia, por cuya liberación luchó siempre con la fuerza invencible de su arte y talento.

Konstancja Gladkowska, primer amor de Chopin y para
quien compuso el adagio del Concierto en Fa Menor.





Lágrimas y aplausos

Llegado a Viena, Chopin se encontró solo ante una opulenta ciudad que se hallaba apoltronada en su lujo y su fastuosa vida, y que ignoró totalmente al joven polaco que recorría las calles en busca de su consagración. Así, Frédéric Chopin se sintió perdido, derrocado, y esos tristes momentos fueron reflejados en un manuscrito cuando escribe: "Viena me ignora. Me siento solo. Con los ojos llenos de lágrimas añoro los paisajes de mi querida Polonia".
Afortunadamente conoció al doctor Malfatti, médico del emperador y gran amigo de Beethoven, quien lo vinculó a los músicos más importantes, y aunque Chopin no dio ningún concierto, al menos tuvo la alegría de ser escuchado y reconocido por la élite musical de Viena.
Pero su situación económica había empeorado considerablemente, y tuvo que pedir un pasaporte para Londres, el cual le fue concedido "vía París". Al llegar a Stuttgart, Chopin se entera de la caída de Varsovia y de la muerte y la condena de muchos de sus compañeros (quienes luchaban contra el domino despiadado del zar de Rusia). Temblando de emoción y de impotencia al encontrarse tan lejos de los suyos, Chopin se sentó al piano y compuso su célebre estudio Op. 10 N° 12 en Do Menor, llamado más tarde "Revolucionario".







París y la fama

Chopin llegó a París con una carta de Malfatti dirigida a Paër (maestro de música de Napoleón y famoso compositor de óperas en aquella época). Nuevamente, Chopin se relacionó en París con los más importantes músicos (Berlioz, Liszt), pintores, artistas, pero que en nada remediaban su situación económica, que era de tal gravedad que Chopin decidió regresar a Varsovia. Pero hasta los oídos del príncipe Valentin Radziwill llegaron comentarios del talentoso pianista y compositor polaco. Radziwill, tras escuchar a Chopin, lo presentó a la alta sociedad parisiense, en un memorable recital dado en su lujoso castillo. Esa sola velada fue suficiente para que cambiaran no sólo la posición económica de Chopin sino el trato de todo París para con él: sus composiciones comenzaron a ser publicadas y ejecutadas allí donde hubiera un piano; infinidad de pedidos de lecciones le fueron formulados por toda la nobleza. París, que es como decir el mundo, le había abierto las puertas.

Concierto de Chopin para la familia Radziwill, pintura de Henryk Siemiradzki.



Maria Wodzinska-George Sand 

A uno de los recitales que ofrecía Chopin asistió un miembro de la familia Wodzinska, antiguos y queridos vecinos del ahora exitoso concertista. Esa visita dio oportunidad para que renaciera en el corazón de Chopin el viejo y latente amor que sentía por Maria Wodzinska, una adorable joven de la nobleza polaca. Chopin, tras visitar a los Wodzinska -que residían en Ginebra- y compartir con ellos un agradable verano en sus residencias, pidió por esposa a la dulce Maria, pero el padre de ésta se negó, aduciendo la precaria salud de Chopin, aunque en verdad, como no pertenecía a la nobleza, prohibió a su hija tal casamiento.
Chopin, que amaba a Maria con límpida pasión, sufrió un duro golpe, del cual no se repondría jamás. Y fue en ese momento en que aparece en la vida del genial artista una mujer realmente extraordinaria y, a la vez, extraña.
Aguda escritora, hábil y valiente periodista, dueña de un carácter fuertemente autoritario, George Sand, cuyo verdadero nombre era Aurore Dupin, conoció a Chopin, quien se sintió atraído por la gran personalidad de esta mujer que vestía ropas similares a las de los hombres, adelantándose así muchos años a lo que luego sería una moda corriente en muchos países.
George Sand se dio cuenta rápidamente de que Chopin era noble, débil de carácter y, en cierta manera, indefenso ante las múltiples amenazas que un genio de su vuelo espiritual (Chopin vivía en su mundo de melodías y ensueños y olvidaba a menudo las obligaciones de la realidad) acechaba en una ciudad (contratos con editores, discusión de precios por la edición de sus obras, cumplimiento de compromisos contraídos con mucha anticipación); por ello se convirtió en su compañera permanentemente. 
Durante muchos años, George y Chopin, quien por prescripción medica debió cambiar de clima, vivieron en Marsella y luego en la residencia de la Sand, en Nohant, pero este amor terminó en el más rotundo de los fracasos.

Maria Wodzinska, perteneciente a una noble familia
polaca. A ella le dedicó Chopin el Vals del adiós.


Retrato de George Sand pintado en 1839 por A. Charpentier.




Triste final

El invierno de 1844-45 hizo recrudecer el desarrollo de la terrible enfermedad que lo azotaba desde hacía muchos años: la tuberculosis. Solo y enfermo. Chopin regresó a París.
Su situación económica era desastrosa, y a pesar de su enfermedad accedió a viajar a Inglaterra y Escocia, donde dio conciertos para las más altas personalidades de la nobleza y la aristocracia. Pero en esa gira agotó sus últimas fuerzas. A tal punto llegó su debilidad, que ya no caminaba. Al bajar del carruaje, un fiel servidor polaco lo llevaba en brazos hasta el lugar del salón donde se encontraba el piano y allí lo dejaba. Comenzaba entonces un rito emocionante: con sus agonizantes fuerzas, aquel hombre enfermo, pálidamente frágil, alimentado por el fuego de su amor a Polonia, ejecutaba con un sonido ya casi imperceptible sus composiciones.
En 1849 regresó a París. El final era ya inevitable, y aunque estaba en la más absoluta bancarrota (sólo pudo dar unos pocos recitales debido a su enfermedad), un grupo de amigos de buena posición solucionó todos sus problemas por lo cual Chopin no tuvo noción de su angustiosa situación. En la madrugada del 17 de octubre murió en medio de la congoja de todo París.

Mano del pianista modelada por A. Clésinger.



El gran romántico

De todos los meteoros artísticos que atravesaron el siglo del romanticismo, Frédéric Chopin es, sin duda alguna, su gran arquetipo, la estrella que con su fulgor no sólo iluminó este precioso momento del espíritu humano sino que aún, a más de cien años de su muerte, sigue alumbrando como alimentada de ese fuego sagrado que lleva todo auténtico genio.


Última imagen de Chopin, daguerrotipia de Louis-Auguste Bisson.



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