Quién, alguna vez, no sintió despertar en el pecho una límpida y profunda alegría al oír el coro final de la "Novena Sinfonía"?
¿Quién alguna vez no vibró de emoción al escuchar la "Quinta Sinfonía", o las apasionadas sonatas para piano, o la ternura de la bella y simple "Para Elisa"?
¿Cuál es el secreto de la música de este hombre colosal que grita y acaricia, que ríe y que desgarra, que implora y golpea; de esa música que ha vencido al tiempo y que, día a día, se agiganta como un permanente mensaje de amor, de fe?
La vida misma de Beethoven nos lo explicará, una vida que no fue otra cosa que la lucha sin cuartel de un hombre contra su terrible destino.
Ludwig van Beethoven, 1803 Pintura de Christian Horneman |
Nacimiento e infancia del genio
Ludwig van Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Alemania, en una pequeña y humilde buhardilla. Su padre era un cantor mediocre, y su madre una mujer sensible y dulce que, para solventar los gastos del hogar, estaba empleada de criada.
Desde pequeño, Beethoven mostró grandes condiciones para la música. Su padre, que ya por entonces se había dado a la bebida, vio en el una oportunidad de salir de la miseria, y a los cuatro años, prácticamente lo encerró obligándolo a estudiar piano y violín en jornadas tan agotadoras, que el niño estuvo a punto de llegar a odiar lo que sería su gran amor: la música.
A los once años, para ayudar a su madre, se empleó como músico en el teatro de Bonn. A los trece ya era un excelente organista. Desde la más tierna infancia, cuando los niños aprenden a reír, Beethoven ya había aprendido a luchar.
La casa natal de Beethoven, Bonn, Alemania |
La gran amargura de su juventud
En 1787 muere su madre. Él escribe entonces, estas palabras: "Fue mi mejor amiga. ¿Quién más dichoso que yo cuando podía pronunciar el dulce nombre de mi madre y ella podía oírlo?".
Pero la muerte de la madre no sólo le trae apareado un gran dolor sino que lo pone al frente de su hogar en una situación desgarrante. Su padre vive dominado por la bebida, a tal punto que para evitar que malgaste el dinero de su jubilación, el gobierno decide pagársela al joven Ludwig. Su alma sensible, tímida, pura en el candor de sus diecisiete años soñadores sufre este latigazo de vergüenza que habrá de dejar una huella indeleble en su corazón. Beethoven asume la responsabilidad de educar y mantener a sus hermanos, Karl y Johann. Una vez más, la vida, su destino, tratan de vencerlo, pero no lo lograrán. Como por obra de quién sabe qué raro misterio, él siempre saca fuerzas de flaqueza, convierte el dolor en alegría, y vuelve a arremeter con toda la fuerza creadora de su desbordante talento.
Un extraño en la Viena Aristocrática
Beethoven, que había pasado una breve temporada en Viena en 1787 (tan sólo unos pocos días), regresa a la ese entonces capital musical en el año 1792. Las cartas de recomendación que llevaba y, sobre todo, su extraordinario talento musical le abren las puertas de la aristocracia vienesa. En esa época, las familias nobles y todos los soberanos tenían sus orquestas particulares, y el movimiento musical era realmente extraordinario.
El príncipe Lichnowsky, al comprobar el talento del artista, lo acoge en su casa y se transforma en su primer protector oficial, dándole la posibilidad de escribir, crear, ensayar nuevas formas, sin ningún tipo de necesidad económica. Pero Beethoven, aunque toleraba esa vida, pues le era imprescindible para realizar su obra, jamás se amoldó a los refinados modales y al alto mundo de la aristocracia. Era natural, espontáneo, puro en su forma de expresarse o comportarse, y jamás calló nada que considerara justo decir. Cierta vez, en plena reunión y aun estimando a su mecenas, le dijo: "Príncipe, aquello que vos sois, los sois por nacimiento y por suerte; lo que yo soy, lo soy por mérito mío. ¡Príncipes han habido y los habrá por millares, pero Beethoven hay uno solo!". ¿Era orgullo o pedantería? No. Beethoven non tenía falsa modestia, y en su razonamiento espontáneo, claro y desprejuiciado valoraba las cosas tal como eran.
El príncipe Lichnowsky, al comprobar el talento del artista, lo acoge en su casa y se transforma en su primer protector oficial, dándole la posibilidad de escribir, crear, ensayar nuevas formas, sin ningún tipo de necesidad económica. Pero Beethoven, aunque toleraba esa vida, pues le era imprescindible para realizar su obra, jamás se amoldó a los refinados modales y al alto mundo de la aristocracia. Era natural, espontáneo, puro en su forma de expresarse o comportarse, y jamás calló nada que considerara justo decir. Cierta vez, en plena reunión y aun estimando a su mecenas, le dijo: "Príncipe, aquello que vos sois, los sois por nacimiento y por suerte; lo que yo soy, lo soy por mérito mío. ¡Príncipes han habido y los habrá por millares, pero Beethoven hay uno solo!". ¿Era orgullo o pedantería? No. Beethoven non tenía falsa modestia, y en su razonamiento espontáneo, claro y desprejuiciado valoraba las cosas tal como eran.
Instrumentos de cuerdas pertenecientes a Beethoven, realizados por famosos fabricantes italianos: Guarnerius de Cremone, Nikolaus Amati, Andreas Guarnerius y Vicenzo Ruger. |
Comienza el drama
Tiene apenas 26 años cuando la sordera lo ataca con sus primeros y violentos síntomas. Un permanente zumbido lo enloquece y lo acorrala. Su carrera de concertista se trunca bruscamente. Por temor a que se den cuenta, se aparta de todos y de todo. Su actitud es incomprensible, y la aristocracia, que ha recibido de él duras estocadas, teje toda suerte de rumores: "Beethoven está loco", "Beethoven está terminado."
Pero dejemos que sea él mismo quien nos lo diga, en una parte de ese documento desgarrador que es el Testamento de Heiligenstadt y que redactó en 1802.
"Siendo por naturaleza de temperamento activo y apasionado, incluso aficionado a la vida de sociedad, hube de apartarme de los hombres desde muy pronto para hacer vida solitaria. Y cuando alguna vez he tratado de superar todo esto, cuán duramente me tropezaba con la triste y renovada experiencia de mi defecto. Y, sin embargo, no podía decir a los hombres: ¡Hablad más alto, gritad! ¡Soy sordo!"
Algunas de las cornetas acústicas con las cuales Beethoven luchó contra la sordera. También vemos dos pares de lentes. |
El león no se rinde
Beethoven es eso un noble león acorralado, que siente dentro de sí al mismo tiempo la grandeza de la obra que debe realizar y la incapacidad de hacerla. Pero acostumbrado a luchar desde su infancia, inventa fuerzas y sigue adelante. La sonata para piano llamada "Patética" la compuso bajo los incipientes efectos de la sordera. Sus primeros acordes parecen un grito ahogado de dolor e impotencia. Pero el león no se rinde, y al año siguiente escribe la "Primera Sinfonía", de una cristalina alegría. Es que Beethoven siempre tuvo presente en sus momentos más amargos el recuerdo de su querido y amigo río Rin, al que el llamaba "nuestro padre" (unser vater Rhein), y los días placenteros vividos en sus verdes praderas. De tanto observar y amar a la naturaleza, llegó a compenetrarse de su fuerza elemental, pura y salvaje, y ello le sirvió de guía y de sostén.
Y así alternando épocas de honda tristeza con resurgimientos de fe y esperanza, el genio sigue creando sus inmortales sonatas para piano, sus sinfonías, sus magistrales cuartetos para cuerda, sus conciertos para piano, etc.
Pero, ¿Cómo puede un músico sordo componer si no escucha? Así como un pintor se imagina un cuadro y puede casi verlo en su mente aun con los ojos cerrados, o un ingeniero concibe un puente y en su cerebro alcanza a vislumbrar cómo quedará una vez terminado, así Beethoven, que tenía en su cerebro el sonido de todas las notas y las sonoridades de cada instrumento, puedo escribir y componer música, gracias a su talento musical y los amplios conocimientos de armonía, contrapunto, fuga, orquestación, imprescindibles para abordar una tarea semejante.
Manuscrito de puño y letra del mismo Beethoven de su Sonata para piano "Claro de Luna", quizás una de sus obras más bellas y famosas. |
Sus grandes y fracasados amores
Beethoven no pertenecía a la aristocracia, pero desarrolló en ella su talento, y allí se relacionó con hermosas mujeres que despertaron el más puro y noble amor en su alma sensible y ciertamente ingenua. Entre ellas conoció a Therese de Brunsvik, hermana del conde Franz, de quien él era amigo. En esa época feliz, donde el amor parecía sonreírle, escribió la inmortal sonata para piano llamada "Claro de Luna", "La Cuarta Sinfonía" y esbozó muchas de sus posteriores obras. Pero la diferencia social rompió este maravilloso ensueño, y Therese se casó con un noble. Beethoven volvió a quedar solo; una nueva y profunda amargura lo ha sacudido esta vez. Años más tarde, casi al final de su vida, seguiría llorando su perdido amor.
Bettina Brentano y Giulietta Giulietta Guicciardi también fueron amadas por el apasionado genio, amores que siempre le dieron, al final, nada más que fracasos.
Therese Brunsvik fue el gran amor de la vida de Beethoven, pero la diferencia de clases sociales terminó por separarlos. |
El canto a la alegría
A pesar de haber vivido una experiencia atormentada, enfermo, mil veces negado, Beethoven siente la necesidad de cantarle a la alegría elemental y diáfana que él encontró en los árboles y en los pájaros, en sus largos paseos bajo la lluvia, perdido en el bosque; esa alegría intima que lo mantuvo erguido. Para ello elige los versos del poeta alemán Schiller, de su "Oda a la Alegría", y decide incluirlos en su "Novena Sinfonía". Mucho tardó Beethoven en decidirse, debido a los inconvenientes que ello suponía, pero lo hizo.
El 7 de mayo de 1824, Viena escuchó por primera vez la colosal "Misa en Re" y la "Novena Sinfonía" o "Sinfonía oral". El éxito fue grandioso. Los concurrentes lloraron de la emoción, y la policía debió proteger a Beethoven, quién fue trasladado a casa de su amigo Schindler tras sufrir un desmayo. Allí permaneció aletargado, sin comer ni beber nada hasta el día siguiente. Pero ese triunfo no le reportó económicamente nada, y el final de su vida lo encontraba pobre, enfermo..., pero vencedor.
El final
El 18 de marzo de 1826 le escribe a Moscheles (uno de los grandes pianistas de esa época ): "Tengo sobre mi mesa una sinfonía completamente esbozada con una nueva obertura". Ese esbozo jamás fue encontrado. Beethoven que sufrió cuatro operaciones en poco tiempo demostró una serenidad y una bondad sin límites. Los últimos días lo encontraron en la más completa miseria; tal es así que, al fin de cubrir las necesidades primarias, solicitó a la Sociedad Filarmónica de Londres la organización de un concierto. La Sociedad le envió, a cuenta de ese concierto, 100 libras esterlinas. Beethoven recibió emocionado ese dinero y lloró de agradecimiento, pues no se sintió tan solo en el último instante. Murió el 26 de Marzo de 1827.
Nuestro homenaje
Romaín Rolland, que admiró al genio y escribió su vida interpretando fielmente cada actitud y cada palabra, escribió algo que hoy recordamos como un eterno y emocionado homenaje a este gladiador colosal, que no sólo nos dejó su música sino también su ejemplo; "Pobre, enfermo y solitario, el dolor hecho hombre, a quien el mundo niega la alegría, crea la alegría por si mismo para donársela, al mundo. Y la forja con su propia miseria, como lo ha expresado el mismo en una frase que es el resumen de su vida y la divisa de toda su alma heroica: A la alegría por el dolor (durch Leiden Freude).
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