El hombre que no quería que le quitaran el Sol
En la antigua Grecia, unos 400 años antes de Cristo, vivió Diógenes, un filósofo que quería enseñar a sus compatriotas los verdaderos valores de la vida: la nobleza, la humildad, la honestidad, la rectitud, la honradez, la franqueza, la austeridad, el valor de vencerse a si mismo y de no dejarse dominar por las pasiones. Combatía la mentira, la obsecuencia, el interés desmesurado por la riqueza, el lujo y el poder.
Alejandro había dominado a Grecia y se preparaba para conquistar el imperio persa, el más grande imperio organizado hasta entonces. Los nobles y los jefes griegos, así como la mayoría de la población, se acercaban a él buscando dádivas o beneficios y no cesaban de aclamarlo. De pronto, Alejandro observó, extrañado, a un hombre vestido muy sencillamente que estaba sentado al lado de un tonel que le servía de vivienda y que permanecía indiferente al bullicio. ¿Por qué ese ciudadano no se le había acercado y no le había pedido nada? ¿Acaso no sabía que él era un rey todopoderoso que podía conceder toda clase de favores o privilegios? Alejandro, muy intrigado, se acercó a Diógenes y le dijo:
-Y tú, ¿no quieres nada? Yo, Alejandro Magno, puedo darte lo que deseas. Sólo tienes que pedírmelo.
Diógenes alzó hacia el guerrero su mirada mansa, y tranquilamente respondió:
-Sólo quiero que te apartes y no me quites el Sol.
Y cuenta la anécdota que el soberbio y omnipotente Alejandro, sorprendido por la humildad de Diógenes, comprendió la lección que encerraban tales palabras y tal actitud, y sólo pudo reflexionar:
-Si yo no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes.
Supo en ese instante que hay hombres puros y nobles, capaces de vivir según las leyes simples de la naturaleza, alejados de las tentaciones y los halagos del poder, que conocen lo efímero de las glorias terrenales y a quienes es imposible doblegar con dádivas o lisonjas porque saben que todo lo material es pasajero y que sólo perdura la inmensa e inagotable riqueza del espíritu, única condición para que el hombre alcance dimensiones eternas.
-Y tú, ¿no quieres nada? Yo, Alejandro Magno, puedo darte lo que deseas. Sólo tienes que pedírmelo.
Diógenes alzó hacia el guerrero su mirada mansa, y tranquilamente respondió:
-Sólo quiero que te apartes y no me quites el Sol.
Y cuenta la anécdota que el soberbio y omnipotente Alejandro, sorprendido por la humildad de Diógenes, comprendió la lección que encerraban tales palabras y tal actitud, y sólo pudo reflexionar:
-Si yo no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes.
Supo en ese instante que hay hombres puros y nobles, capaces de vivir según las leyes simples de la naturaleza, alejados de las tentaciones y los halagos del poder, que conocen lo efímero de las glorias terrenales y a quienes es imposible doblegar con dádivas o lisonjas porque saben que todo lo material es pasajero y que sólo perdura la inmensa e inagotable riqueza del espíritu, única condición para que el hombre alcance dimensiones eternas.
Alejandro visita a Diógenes en Corinto Gravado de 1696 |
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