jueves, 4 de febrero de 2021

Diógenes

El hombre que no quería que le quitaran el Sol

En la antigua Grecia, unos 400 años antes de Cristo, vivió Diógenes, un filósofo que quería enseñar a sus compatriotas los verdaderos valores de la vida: la nobleza, la humildad, la honestidad, la rectitud, la honradez, la franqueza, la austeridad, el valor de vencerse a si mismo y de no dejarse dominar por las pasiones. Combatía la mentira, la obsecuencia, el interés desmesurado por la riqueza, el lujo y el poder.

Alejandro y Diógenes
Pintura de Gaetano Gandolfi (1792)





Alejandro había dominado a Grecia y se preparaba para conquistar el imperio persa, el más grande imperio organizado hasta entonces. Los nobles y los jefes griegos, así como la mayoría de la población, se acercaban a él buscando dádivas o beneficios y no cesaban de aclamarlo. De pronto, Alejandro observó, extrañado, a un hombre vestido muy sencillamente que estaba sentado al lado de un tonel que le servía de vivienda y que permanecía indiferente al bullicio. ¿Por qué ese ciudadano no se le había acercado y no le había pedido nada? ¿Acaso no sabía que él era un rey todopoderoso que podía conceder toda clase de favores o privilegios? Alejandro, muy intrigado, se acercó a Diógenes y le dijo:
 -Y tú, ¿no quieres nada? Yo, Alejandro Magno, puedo darte lo que deseas. Sólo tienes que pedírmelo.
Diógenes alzó hacia el guerrero su mirada mansa, y tranquilamente respondió:
 -Sólo quiero que te apartes y no me quites el Sol.
Y cuenta la anécdota que el soberbio y omnipotente Alejandro, sorprendido por la humildad de Diógenes, comprendió la lección que encerraban tales palabras y tal actitud, y sólo pudo reflexionar:
 -Si yo no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes.
Supo en ese instante que hay hombres puros y nobles, capaces de vivir según las leyes simples de la naturaleza, alejados de las tentaciones y los halagos del poder, que conocen lo efímero de las glorias terrenales y a quienes es imposible doblegar con dádivas o lisonjas porque saben que todo lo material es pasajero y que sólo perdura la inmensa e inagotable riqueza del espíritu, única condición para que el hombre alcance dimensiones eternas.



Alejandro visita a Diógenes en Corinto
Gravado de 1696


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