Por fin después de muchas horas de agotadora marcha a través de la selva, el hombre y sus tres hijos llegaron a la margen derecha de un ancho río. Se dispusieron a cruzarlo, cosa que, para ellos, no era ningún problema, pues eran expertos nadadores y diestros en atravesar corrientes rápidas y violentas. Pero antes, el padre quiso poner a prueba la imaginación e inventiva de sus hijos. Dirigiéndose al mayor le dijo:
-Si no supieras nadar, ¿cómo cruzarías?
-Arrojaría al agua cualquiera de esos troncos, me subiría en él y haría que mis manos hicieran las veces de remo, y mis pies, de timón.
-Y tú, ¿qué harías? -le preguntó al segundo.
-Pues, me aferraría a cualquiera de esos camalotes que arrastra el río.
-¿Y tú, hijo? -le dijo al más pequeño.
-Me subiría a la rama más alta del árbol más alto. me colgaría de una liana y me columpiaría. Después dejaría que el impulso del balanceo me arrojase a la orilla opuesta...
El padre, después de un momento, les dijo:
-Las tres soluciones son lógicas y pueden ser practicadas porque son producto de la inteligencia, facultad que nos coloca a la cabeza de los animales que pueblan la Tierra. Y a propósito de la situación que les planteé y de la aplicación de la inteligencia, les voy a relatar una vieja historia... Resulta que un grupo de monos había salido a recorrer la jungla en busca de alimentos, cuando se encontraron sorpresivamente con que les cortaba el camino un río ancho y profundo. Comenzaron a discurrir sobre la mejor forma de salvar el obstáculo, pero del meollo de los monos no surgía ninguna idea provechosa. Por fin, uno de ellos dijo:
-Tengo la solución. ¿Ven aquel árbol alto?
-¡Sí! ¡Sí! -chillaron los demás.
-Pues bien yo me subiré a la rama más alta y me engancharé con la cola. Con mis manos me tomaré de la cola de uno de ustedes, éste se agarrará de la cola de un tercero; el tercero, de la cola de un cuarto, y así sucesivamente. Una vez que estemos todos bien asegurados, fuertemente asidos, comenzamos a mecernos, a balancearnos... nos moveremos de un lado al otro, cada vez con más fuerza, con más ímpetu. Y cuando sea el momento preciso se soltará el último y el impulso lo llevará a la otra orilla; después lo hará el que le sigue, y así sucesivamente, de a uno por vez.
¡Cómo batieron palmas los monos ante lo que consideraban genial idea de un hermano de preclara inteligencia! Y pusieron manos a la obra: el mono de la idea se subió muy orgulloso a la rama más alta del árbol gigante, se aferró a ella con su cola, y con las manos asió a otro de la cola; así fueron haciéndolo los demás y luego comenzaron a columpiarse hasta que el balanceo fue lo suficiente amplio como para que pudieran ir soltándose de a uno por vez. así, todos cayeron en la orilla opuesta.
¿Todos? No... Hubo uno que no llegó. Precisamente el de la idea... que cuando los demás se soltaron, él también lo hizo, pero el impulso que él tenía no eran tan grande como el de los monos que lo habían precedido, pues estaban muy cerca de la rama... ¡y cayó en medio del río, en lo más profundo, y la corriente se lo llevó!
El padre sonrió, y mientras se disponía a lanzarse al agua agregó:
-Como ven, hay ideas que parecen producto de la inteligencia, pero que no lo son... y suelen costar muy caras.
miércoles, 24 de octubre de 2018
lunes, 22 de octubre de 2018
Nuestra amiga la cebolla
La cebolla, mudo testigo de la civilización del hombre, lo acompaña y lo alimenta desde épocas remotas. En la gran pirámide de Egipto hay una lápida que data de los tiempos de Herodoto, 500 años antes de Cristo, en cuya inscripción se informa que se han gastado 1.600 talegas de plata en la adquisición de cebollas, puerros y ajos para la alimentación de los obreros que construyeron las enigmáticas pirámides.
C6H12S2: Una vieja fórmula para hacer llorar
Al cortar una cebolla, se desprende de ella una sustancia volátil sulfurada, que es la que le da el olor y sabor característicos, y que irrita las mucosas, haciéndolas lagrimear.
Para evitarlo, se aconseja en algunos casos lavar muy bien la cebolla o, mejor, cortarla mientras se la mantiene sumergida en agua. De esta manera se evita que el aceite volátil sulfurado que se desprende, y que químicamente se representa con la siguiente fórmula: C6H12S2, llegue a los ojos.
Mitos y leyendas de la cebolla
Desde la antigüedad se le atribuye a la cebolla una serie de propiedades curativas y estimulantes, y algunas de carácter religioso.
Los druidas, casta de sabios, sacerdotes y magos, que actuaban como ministros de justicia y religión entre los antiquísimos pueblos galos y celtas de la Bretaña, la incluían en sus ritos religiosos.
Algunos pueblos, machacándola con vinagre, la utilizaban para friccionarse intensamente a fin de hacer desaparecer las pecas.
Nerón, el famoso emperador romano, incluía, en sus comidas, cebollas y puerros para mejorar el tono de su voz.
Cultivo y variedades de cebollas
La palabra cebolla viene del latín caepulla. Es una hortaliza oriunda del Asia meridional y de la región mediterránea, y fue introducida en América por los primeros conquistadores. La cebolla (Allium cepa) pertenece a la familia de las liliáceas, y es una planta bienal, de hojas largas y cilíndricas y grandes bulbos comestibles, formados por túnicas carnosas, gruesas, siendo secas las túnicas externas o superficiales. Es muy resistente, y se cultiva en invierno en los países cálidos y en primavera o principios del verano en las regiones más frías.
Las cebollas que vienen de semilla necesitan tierra suelta, húmeda y libre de malas hierbas. En algunas regiones se fertiliza el suelo con orujos de uva antes de sembrar cebollas.
Las cebollas destinadas al mercado de consumo se reproducen por semillas, aunque también pueden hacerlo por bulbos, con lo que se logran semillas y cebollas tempranas. El trasplante también da cebollas tempranas.
Las distintas capas que forman el bulbo son, en realidad, hojas que almacenan sustancias indispensables para la planta. |
Añejamiento al aire libre
Luego de recolectadas las cebollas, generalmente en largas filas y en el mismo campo, al aire libre, se dejan curar, secándolas al sol. Este proceso natural es lo que les da su sabor característico, con la presencia de un aceite volátil.
Sus implacables enemigos
Las principales pestes que atacan a la cebolla son: el tizón, pequeño hongo parásito, que lo es también del trigo y otros cereales; el mildiu velloso, hongo microscópico que se combate con caldo bordolés; las cresas de la cebolla, que se combaten con ácido carbólico y abonos cálcicos, y las carcomas, que se pueden destruir con emulsiones de querosene.
Hay quienes aseguran que...
... las virtudes curativas de que goza la cebolla vienen desde mucho tiempo atrás.
... para dolor y zumbido de los oídos se solía poner unas gotas de su jugo. También era utilizada en fricciones para combatir el reuma y los dolores de tipo neurálgico; como estimulante del tubo digestivo; para aumentar la intensidad y frecuencia de los latidos del corazón, ingerida en cierta abundancia; para proporcionar un buen sueño; para expulsar los parásitos. Además, hay quienes afirman que poniéndose una cebolla debajo de la axila se evitan los mareos que provoca la navegación.
... antiguamente se utilizaba, cortada en rodajas, para espantar los insectos debido a su fuerte olor.
... muchos emplearon una cebolla cruda cortada para limpiar óleos y los marcos a la hoja.
... en materia de cocina, y a fin de emplear la cebolla en comidas, pero si su aspecto común, al freírlas debe agregarse un poco de bicarbonato, lo que las convierte en una papilla compacta.
Cebollas en clave
Con el jugo de la cebolla se obtiene una tinta muy simpática, es decir, una tinta invisible, de la siguiente manera: utilizando un pincel pequeño o una lapicera de pluma, escribe sobre un papel con el jugo de la cebolla un mensaje. Una vez seca la escritura, pasa el papel rápidamente sobre el mechero de gas encendido o un fósforo, y verás aparecer lo que han escrito en un color marrón.
Contigo, pan y cebolla
Los dichos populares encierran siempre una gran verdad, y como ya desde la antigüedad fue reconocida como un alimento completo, se pensó que con pan y cebolla podía alimentarse una persona, lo cual fue cierto, ya que en muchos países (Egipto, por ejemplo) los esclavos, sometidos a duros trabajos, se alimentaron muchas veces nada más que con estas dos cosas.
Otro de los refranes dice: "A la mañana, pan y cebolla; al mediodía, cebolla y pan, y a la noche, más vale pan y cebolla que acostarse sin cenar"... Lo que demuestra, una vez más, la importancia capital de la cebolla y el pan en los momentos de mayor crisis.
Por último, dijo el poeta: "La cebolla es lo único que es capaz de hacernos llorar sin hacernos sufrir".
Y quizá sea la propiedad de la cebolla de hacer llorar al ser humano lo que hizo nacer en él una consideración especial para esta hortaliza que, por rara coincidencia, es parienta de la hermosa azucena, ya que ambas pertenecen a la familia de las liliáceas.
sábado, 20 de octubre de 2018
Lo que debemos comer
Comer para vivir y no vivir para comer
El ser humano se origina, como todos los seres vivos, a partir de una célula cuya mitad de componentes son provistos por el padre y la otra mitad por la madre; debe crecer hasta llegar, al cabo de varios años, al estado adulto, habiendo multiplicado su volumen inicial millones de veces; debe desarrollar una actividad física, e intelectual acorde con su edad y ocupación; debe mantener su peso y tamaño, y reparar continuamente su organismo ante las múltiples agresiones externas que significan las enfermedades, los accidentes, los esfuerzos, el embarazo, la lactancia en la mujer, etc. El crecimiento, el mantenimiento, la actividad y la reparación se logran con la incorporación de materiales externos que se llaman ALIMENTOS; a semejanza de una máquina, que requiere de metales para construirla, de lubricantes para mantenerla y de combustible para que funcione.
Los alimentos humanos han variado en las distinta etapas del desarrollo histórico (carnes crudas de pequeños animales, o restos de herbívoros muertos por los grandes carniceros, frutos silvestre, hojas y raíces en etapas prehistóricas, hasta los alimentos desecados y envasados de nuestros días); son también diferentes en distintos climas y países, y en un mismo lugar también varían de acuerdo con las condiciones sociales, ambientales y económicas de los individuos.
El alimento de las plantas, los animales y el hombre
Los alimentos son sustancias que, al ser incorporadas por los seres vivos, les permiten a éstos realizar todos los procesos necesarios para su desarrollo y compensar las pérdidas de energía que ellos ocasionan.
Las plantas verdes tienen la extraordinaria capacidad de elaborar sus propios alimentos, partiendo de elementos minerales simples, disueltos en agua, que toman del suelo, y con la energía solar, en presencia de clorofila, fabrican sustancias orgánicas, asociando, por fotosíntesis, moléculas de agua con anhídrido carbónico y sales nitrogenadas, para constituir hidratos de carbono, aceites y proteínas. Pero los animales y el hombre carecen de esta facultad, y entonces deben tomar de las plantas o de los animales estas moléculas complejas ya formadas.
El hombre es un ser omnívoro, es decir, que puede comer alimentos de origen vegetal (verduras y frutas), de origen animal (carnes, leche, huevos, etc.) y de origen mineral (agua y sales) ; sin embargo, no puede asimilarlos tal como los ingiere. Necesita hacer análisis, es decir, dividir y separar las moléculas compuestas, convirtiéndolas en otras más simples que puedan atravesar las membranas de las células y, al mismo tiempo, le sirvan de base para rehacer moléculas orgánicas más complejas, pero con estructura específicamente humana, que sólo así puede aprovechar.
El hombre es un ser omnívoro, es decir, que puede comer alimentos de origen vegetal (verduras y frutas), de origen animal (carnes, leche, huevos, etc.) y de origen mineral (agua y sales) ; sin embargo, no puede asimilarlos tal como los ingiere. Necesita hacer análisis, es decir, dividir y separar las moléculas compuestas, convirtiéndolas en otras más simples que puedan atravesar las membranas de las células y, al mismo tiempo, le sirvan de base para rehacer moléculas orgánicas más complejas, pero con estructura específicamente humana, que sólo así puede aprovechar.
Clases de alimentos
Según su naturaleza química, los alimentos se clasifican en: hidratos de carbono, grasas y proteínas.
Los hidratos de carbono son sustancias producidas por los vegetales (almidón y sacarosa) o animales, como el glucógeno y la glucosa. Esta última es la forma más simple y soluble de los hidratos de carbono y, por lo tanto, transportable por la sangre. El glucógeno y la glucosa se encuentran en las frutas, hortalizas, azúcar, dulces, harina, fideos, pan, hígado, leche, etc. Su función es esencialmente energética, como el combustible es para los motores. Se los denomina como "el alimento de los músculos", ya que en ellos se queman y por eso deben entrar en mayor proporción en la dieta de los individuos que realizan exclusivamente trabajos físicos.
Las grasas pueden ser de origen vegetal (aceites) o animal (manteca, tocino). Como entran en la formación de las membranas celulares, su presencia es indispensable, además de su función energética, constituye la reserva por excelencia, pues se acumulan en el tejido llamado adiposo. Deben desdoblarse en ácidos grasos para ser absorbidas por la mucosa intestinal.
Las proteínas se distinguen de las anteriores por tener en su molécula nitrógeno, además de carbono, oxígeno e hidrógeno, que constituyen las moléculas de los hidratos de carbono y grasas; para ser asimiladas deben desdoblarse en aminoácidos, que son sus componentes más simples. La función de las proteínas es energética, pero, fundamentalmente, reparadora, generadora de masa corporal; es decir, contribuyen a la formación de las proteínas humanas, al nacimiento de nuevas células y formación de tejido. Por ello son sanas durante toda la vida, y especialmente en los periodos de crecimiento y en situaciones especiales, como el embarazo, la lactancia y luego de operaciones y de enfermedades.
Alimentos indispensables
Además de proteínas, grasas e hidratos de carbono, hay otras sustancias que si bien no proporcionan energía, son absolutamente indispensables para el mantenimiento de la salud, ya que regulan los procesos vitales. Son las vitaminas, así denominadas por el doctor C. Funk en 1911. Se clasifican en vitaminas hidrosolubles, que se disuelven en agua, como las vitaminas del complejo B (B1, B2, B5, B6, B12), C y P, y vitaminas liposolubles, que se disuelven en grasa, como las vitaminas A, D, E y K. Existe también una serie de sustancias minerales que, en grandes o aún en pequeñísimas dosis, son necesarias para el organismo: calcio, sodio, potasio, fósforo, azufre, magnesio, hierro, yodo, cobre, cobalto, etc. El ser humano no puede fabricar estos alimentos ni tampoco almacenar muchos de ellos; por eso debe incorporarlos continuamente con la alimentación.
¿Que debemos comer?
La selección de calidad y cantidad de alimentos es propia para cada persona y debe estar de acuerdo con su tipo físico, actividad, clima que habita, etc. La ración alimenticia es buena cuando asegura el mantenimiento de la salud, el normal funcionamiento de los órganos y de la psiquis, el crecimiento, y, además cuando cubre la pérdida de energía ocasionada por los procesos vitales de cada una de las células.
El valor energético de cada alimento se calcula según el número de calorías que proporciona por gramo. Se entiende por cada caloría una medida de física biológica que equivale a la cantidad de calor que es necesario producir para elevar en un grado (de 14,5° a 15,5°) la temperatura de un gramo de agua. Así, la combustión de las proteínas suministra 4,1 calorías por gramo, igual que los hidratos de carbono; en cambio, las grasas producen 9,3 calorías por gramo. Se ha calculado que, para mantener su peso, una persona adulta necesita como mínimo 1 g de proteína de buena calidad por kilogramo de peso, por ejemplo, un adulto que pesa 60 kilogramos necesita 60 gramos de proteínas diarias.
Como los alimentos deben proporcionar la energía suficiente para el desarrollo de las funciones orgánicas se considera que la ración mínima para un individuo adulto en reposo y en clima templado es de unas 2.400 calorías, debiéndose agregar 50 calorías por hora de trabajo liviano, hasta 100 para trabajos moderados y unas 200 para trabajos intensos. Todo ello, por supuesto, en forma balanceada.
Podemos citar como ejemplos generales del tipo y cantidades de alimentos básicos diarios, comunes en nuestra canasta familiar y útiles para mantener equilibradamente la salud, los siguientes:
Pan: 90 g; o cereales: 1/2 taza; o papas: mediana.
Leche: 1 litro para los niños, 400 g para los adultos.
Carne: 100 g (pollo, pescado, vacunos).
Huevo: 1; o queso: 60 g; o manteca: 30g; o flan: 1 unidad.
Vegetales de hoja u otros: 3 platos (1 porción cruda)
Frutas: 2 unidades, preferentemente crudas.
Completar con alimentos que aumenten las calorías (fideos, dulces, azúcar, etc), hasta cubrir las necesidades energéticas según el trabajo.
Variedad: condición esencial
El aparato digestivo humano es apto para digerir una variedad de alimentos. Cada alimento aporta sólo una parte de las sustancias necesarias para la vida. Por eso la condición esencial de una dieta normal es su variedad. Los alimentos pueden sustituirse, unos por otros, cuando contengan los mismos principios nutritivos; por ejemplo, la carne de vaca puede sustituirse por la de cordero, cerdo, hígado, pollo, pescado, conejo, queso, leche o huevos, pues todos ellos contienen proteínas. Las verduras frescas, así como las frutas, aportan vitaminas, hidratos de carbono y sales minerales; mientras que el aceite, la manteca y los encurtidos suministran grasas. También las verduras y frutas deben ser variadas, pues no todas tienen las mismas vitaminas. Por ejemplo: el durazno, la zanahoria y el zapallo son ricos en vitamina A; en cambio, en los cítricos, lechuga y hortalizas de hojas verdes predomina la vitamina C. El pan, fideos, arroz, azúcar, mermeladas, etc., son ricos en hidratos de carbono.
Cómo debemos comer
El ser humano podría semejarse a una máquina, pero no lo es, no basta suministrarle combustible como alimentos, sino que éstos deben estar convenientemente preparados para que le agraden, distribuidos a lo largo del día para poder mantener su actividad, y además deben ingerirse en una atmósfera tranquila, cordial, para que el aparato digestivo segregue los jugos necesarios para la transformación y asimilación de los alimentos. Es grave error comer apresurado, intranquilo, discutir en la mesa; lo conveniente es descansar antes y después de comer, ya que la fatiga dificulta el buen funcionamiento de los órganos de la digestión.
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jueves, 18 de octubre de 2018
El fuego
Una conquista del hombre
Cuando el hombre del periodo paleolítico, hacia el año 50000 antes de nuestra era, halló la manera de encender voluntariamente el fuego, ignoraba que había dado el paso más importante en su avance cultural. En efecto, no sólo se iniciaría un proceso de cambio en su alimentación, sino también en sus hábitos sociales; haría vida de hogar (vocablo que proviene de fuego), fabricaría utensilios de tierra cocida, inventaría la metalurgia y comenzaría a transitar por el camino de la Historia.
¿Cómo vivía el hombre antes del fuego?
Nuestro antepasado prehistórico era un animal que estaba a merced de otros animales más veloces y más fuertes que él. Sus únicas armas eran una piedra y un palo, y comía lo que hallaba a su paso: raíces, hojas, bayas, frutas naturales, huevos que hurtaba a las aves, algún pájaro o algún conejo que podía atrapar. Si vivía cerca del agua se alimentaba de peces, crustáceos y moluscos, pero todo cuanto cazaba o pescaba lo comía crudo, y casi siempre en el mismo lugar en que había conseguido su presa, pues no podía conservarla mucho tiempo por motivos obvios: el animal muerto se descomponía.
Tras el calor y la caza
El hombre prehistórico se vio forzado a ser errante. Al acercarse la época del frío echaba a andar en pos de zonas más cálidas o emigraba en persecución de los animales que podían servirle de alimento, si tenía la fortuna de cazarlos. Pero a veces el hambre lo acuciaba, y entonces se alimentaba de escarabajos, larvas, hormigas, orugas o langostas.
En esa marcha en busca de calor y caza se refugiaba en el hueco de algún árbol, en alguna madriguera abandonada o bajo un manojo de ramas. Esos eran sus albergues nocturnos o su protección contra las lluvias o los abrasadores rayos del Sol.
Aguzar el ingenio o morir
Como vemos, el hombre primitivo era, una criatura indefensa en un mundo lleno de peligros, de manera que debió aguzar el ingenio para sobrevivir.
Ideó trampas para que en ellas cayeran el mamut, el caballo salvaje o el rinoceronte. Pero siguió sin descanso al animal enfermo para caer sobre él cuando desfalleciera. Necesitó raspar, excavar, agujerear, cortar o picar, y eligió las piedras más filosas y puntiagudas. Si no las encontraba, las afilaba valiéndose de otras piedras. Así surgieron las hachas de mano y los raspadores de sílex.
Como el frío era cada vez más intenso, a los animales que cazaba les sacó la piel para cubrirse. Además, aprendió a convertir en instrumentos las partes duras de los animales: cuernos, colmillos y huesos. Así nacen las agujas, los punzones y las puntas de lanza y flechas de hueso.
Un enemigo convertido en amigo
"A menudo, durante una tormenta -dice Hendrik Willen van Loon-, caía un árbol derribado por un rayo. A veces se incendiaba la selva entera. El hombre había visto esos incendios. Cuando quiso acercarse, el calor lo ahuyentó... Observó que el fuego daba calor. Hasta entonces había sido un enemigo. En aquel momento se trocó en amigo: un árbol seco, arrastrado a la caverna y encendido mediante ramas ardientes de un bosque incendiado, irradió en la vivienda un calor raro pero sin duda agradable."
Fue ésta la revelación, y el hombre aguzó el ingenio para imaginar la forma de producir el fuego a voluntad y luego poder conservarlo.
La primera llama que cambia al hombre
Un día que no figura con precisión en la Historia -hace ya 50000 años-, nuestro remoto antepasado comenzó a frotar dos maderos, de los que surgió, al cabo de largos y angustiosos momentos, una chispa que encendió las ramas secas que estaban cerca... Y salió la primera llama, una pequeña y viboreante llama, que era, sin embargo, la más preciada conquista de ese período auroral de la humanidad. Y el hombre empezará a cambiar, a transformar sus costumbres.
Más tarde, el hombre obtendría fuego por el procedimiento de la percusión de dos fragmentos sílex (piedra pedernal) o de una piedra y un metal. Y ya, práctico en la obtención del fuego, surgirían las antorchas (hechas de materias vegetales, animales o minerales) o las lámparas (hechas con una piedra ahuecada, en cuya depresión se colocaba grasa animal y una mecha).
Después del fuego, el hogar
El hombre, echó la carne cruda en las piedras calientes o en las cenizas, y el manjar le pareció más delicioso. Pero también comprobó otras cosas: que la carne ahumada o tostada se conservaba por más tiempo que la carne cruda; que su cueva se hacía más cálida y acogedora; que dentro de ella podía soportar el invierno que se avecinaba sin tener que echar a andar en busca de regiones más templadas ..., y se hizo sedentario.
Si bien continuó cazando o dedicándose al pastoreo de sus animales domesticados (vacas, ovejas, etc.), se hizo agricultor. Ahora tenía un hogar. Y el hombre empezó a entrar en la Historia.
Del horno a la metalurgia
Gracias a la invención del fuego, de las manos del hombre salieron vasijas, calderas y ollas de barro cocido. Nació también la cerámica; surgieron los hornos, donde el fuego se intensificó, y se fundió el bronce, más tarde el hierro y el acero. Y el hombre tuvo armas ofensivas y defensivas (cuchillos y espadas).
Vendrá también la técnica de la vitrificación y la elaboración de materiales refractarios... Se opera, en fin, un cambio trascendental: surgen las primeras sociedades agrícolas, nacen las aldeas y ciudades, y desaparece el aislamiento primitivo porque se fomenta el comercio: ganado por herramientas, armas por cereales...
Del culto del fuego a la máquina de vapor
El fuego se convierte en elemento ritual u objeto de culto. Creado, había que mantenerlo. Los persas adoraron el fuego junto con el aire y la tierra.
Los romanos veneraron el fuego, y Vesta era la divinidad del hogar. Seis jóvenes vestidas de blanco, llamadas vestales, eran las encargadas de mantener el fuego de su templo... Para los mayas, uno de los elementos de la creación era el fuego.
Pero los siglos fueron pasando, y el hombre rinde culto al fuego en otra forma: estudiándolo y transformando el calor en trabajo mecánico (para la ciencia, el calor no será más que una forma de energía). Y aparecen las máquinas de vapor, en las que la energía térmica se obtiene generalmente de la combustión de leña o carbón. El calor pasa a la caldera, donde se encuentra con una masa de agua que ha de hervir para convertirse en vapor.
¿Cómo explicarle al hombre prehistórico?
Nuestro remoto antepasado hubiera quedado mudo de asombro si hubiese visto, en 1690, el primer motor de combustión interna inventado por Denis Papin, o el automóvil de vapor creado en 1770 por Nicolas-Joseph Cugnot, y no comprendería cómo se inventaron el barco de vapor, la locomotora de vapor, los motores diésel o el turborreactor. Y nos sería difícil explicarle que todo comenzó hace 50000 años, cuando él se decidió a frotar dos maderos para lograr una chispa, de la cual surgió un vital elemento: el fuego.
Automóvil de vapor creado en 1770 por el ingeniero francés Nicolas Joseph Cugnot. |
La locomotora "Rocket", una de las primeras diseñadas por Robert Stephenson en Inglaterra, en 1829. Fuente |
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