miércoles, 24 de octubre de 2018

El último mono se ahoga

Por fin después de muchas horas de agotadora marcha a través de la selva, el hombre y sus tres hijos llegaron a la margen derecha de un ancho río. Se dispusieron a cruzarlo, cosa que, para ellos, no era ningún problema, pues eran expertos nadadores y diestros en atravesar corrientes rápidas y violentas. Pero antes, el padre quiso poner a prueba la imaginación e inventiva de sus hijos. Dirigiéndose al mayor le dijo:
-Si no supieras nadar, ¿cómo cruzarías?
-Arrojaría al agua cualquiera de esos troncos, me subiría en él y haría que mis manos hicieran las veces de remo, y mis pies, de timón.
-Y tú, ¿qué harías? -le preguntó al segundo.
-Pues, me aferraría a cualquiera de esos camalotes que arrastra el río.
-¿Y tú, hijo? -le dijo al más pequeño.
-Me subiría a la rama más alta del árbol más alto. me colgaría de una liana y me columpiaría. Después dejaría que el impulso del balanceo me arrojase a la orilla opuesta...
El padre, después de un momento, les dijo:
-Las tres soluciones son lógicas y pueden ser practicadas porque son producto de la inteligencia, facultad que nos coloca a la cabeza de los animales que pueblan la Tierra. Y a propósito de la situación que les planteé y de la aplicación de la inteligencia, les voy a relatar una vieja historia... Resulta que un grupo de monos había salido a recorrer la jungla en busca de alimentos, cuando se encontraron  sorpresivamente con que les cortaba el camino un río ancho y profundo. Comenzaron a discurrir sobre la mejor forma de salvar el obstáculo, pero del meollo de los monos no surgía ninguna idea provechosa. Por fin, uno de ellos dijo:
-Tengo la solución. ¿Ven aquel árbol alto?
-¡Sí! ¡Sí! -chillaron los demás.
-Pues bien yo me subiré a la rama más alta y me engancharé con la cola. Con mis manos me tomaré de la cola de uno de ustedes, éste se agarrará de la cola de un tercero; el tercero, de la cola de un cuarto, y así sucesivamente. Una vez que estemos todos bien asegurados, fuertemente asidos, comenzamos a mecernos, a balancearnos... nos moveremos de un lado al otro, cada vez con más fuerza, con más ímpetu. Y cuando sea el momento preciso se soltará el último y el impulso lo llevará a la otra orilla; después lo hará el que le sigue, y así sucesivamente, de a uno por vez.
¡Cómo batieron palmas los monos ante lo que consideraban genial idea de un hermano de preclara inteligencia! Y pusieron manos a la obra: el mono de la idea se subió muy orgulloso a la rama más alta del árbol gigante, se aferró a ella con su cola, y con las manos asió a otro de la cola; así fueron haciéndolo los demás y luego comenzaron a columpiarse hasta que el balanceo fue lo suficiente amplio como para que pudieran ir soltándose de a uno por vez. así, todos cayeron en la orilla opuesta.
¿Todos? No... Hubo uno que no llegó. Precisamente el de la idea... que cuando los demás se soltaron, él también lo hizo, pero el impulso que él tenía no eran tan grande como el de los monos que lo habían precedido, pues estaban muy cerca de la rama... ¡y cayó en medio del río, en lo más profundo, y la corriente se lo llevó!
El padre sonrió, y mientras se disponía a lanzarse al agua agregó:
-Como ven, hay ideas que parecen producto de la inteligencia, pero que no lo son... y suelen costar muy caras.






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