sábado, 12 de marzo de 2016

De la vida misma

La mejor recompensa

Hubo un tiempo en que los más excelsos artistas del mundo no perseguían fama ni fortuna, sino, simple y gozosamente, ejercitar con plenitud la tarea para la que habían nacido: crear.
Así es como muchas obras que aún hoy nos asombran por su belleza carecen de autor conocido. Entre ellas, las catedrales de diversos países europeos; en particular, las de estilo gótico, que pertenecen a una época de fe religiosa verdadera e intensa, a punto tal que dichos monumentos han sido considerados como "oraciones de piedra"; es decir que los artistas, al crearlas, elevaban a Dios sus preces con elementos materiales en vez de palabras.
Precisamente, uno de los ejemplos más notables de tales monumentos, la bellísima catedral de San Pablo, erigida en la ciudad de Londres, Inglaterra, guarda en su interior, en una tumba muy modesta, las cenizas del hombre genial que la construyó. La lápida que cubre esa tumba dice apenas:
"Si buscas mi monumento, mira a tu alrededor".
Profunda lección. Cada hombre -artista o no- vale tan sólo por lo que fue capaz de realizar. Y legar a sus contemporáneos y a la posteridad. Y si logró añadir un toque de belleza a este mundo, ésa, y no otra, será su mejor recompensa.






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