jueves, 20 de febrero de 2020

La maldición de Tutankhamón

Tal vez convenga recordar por qué los egipcios embalsamaban los cadáveres y rodeaban a sus muertos de diversos objetos que utilizaran en vida. La vida después de la muerte tenía para ellos gran importancia, en especial en el caso del faraón, considerado como una divinidad. Los egipcios creían que el ser humano era un compuesto de cuerpo, alma y de un tercer elemento llamado ka, idéntico a la persona pero inmaterial. Con la muerte, el alama se desprendía del cuerpo y emprendía un viaje al país de los muertos, donde comparecía ante un tribunal de dioses y era juzgada para recibir su premio o su castigo. Pero el ka comenzaba su existencia propia junto al cadáver. De ahí la necesidad de mantener el cuerpo, embalsamándolo, y de colocar en el sepulcro distintos objetos.

Máscara funeraria de Tutankhamón, considerada como el
más bello retrato de orfebrería de la historia.




El comienzo de la aventura

Corría el año 1922. Hacía ya algún tiempo que una expedición arqueológica, dirigida por Howard Carter y Lord Carnarvon, realizaba excavaciones en el Valle de los Reyes, cerca de Tebas (Egipto). En este lugar se habían encontrado restos de sepulcros reales, pero no se creía que existieran nuevos túmulos. Por fin, el importante hallazgo de un escalera que se hundía en la tierra. Ese fue el comienzo del más trascendental descubrimiento de la arqueología egipcia. Y, también, de una curiosa historia: la de la maldición del faraón.

Lord Carnarvon y Howard Carter.



El joven faraón

Hablemos ahora de un joven faraón, que murió a los dieciocho o diecinueve años. Su nombre era Tutankhamón, y reinó entre los años 1359 y 1349 antes de Cristo. La historia no nos habla de grandes hechos en el Imperio Egipcio durante esos años. Tutankhamón subió al trono a los nueve años, y al morir fue enterrado con los ritos y ceremonias que los egipcios determinaban en el culto de los muertos. Su reposo no fue turbado durante milenios y la cámara mortuoria se salvó de los ladrones que ávidamente buscaban apoderarse de los tesoros  depositados en los túmulos de los personajes importantes. La tentación era demasiado grande: riquezas fabulosas despertaban la codicia de los propios súbditos de los faraones, y así fueron violados los sepulcros, uno tras otro, casi siempre poco tiempo después de haber sido sellados. ¿Qué contenía realmente la tumba de un faraón? Howard Carter y su mecenas Lord Carnarvon serían los encargados de revelar la incógnita.

Howard Carter trabajando en el sarcófago.



El tesoro de Tutankhamón

Lord Carnarvon era un distinguido caballero inglés, deportista y trotamundos, apasionado coleccionista de antigüedades y dueño de una considerable fortuna. Howard Carter era un arqueólogo de vasta cultura, que ya había dirigido importantes excavaciones. La asociación de estos dos hombres tuvo trascendentales consecuencias. Carter y Carnarvon comenzaron las excavaciones en el Valle de los Reyes en 1917. Diversos indicios guiaban a Carter en sus trabajos, en los que se unieron el rigor científico y una empecinada esperanza. Por fin, en 1922, el hallazgo de una escalera. Con cada escalón que se desenterraba crecía la expectativa. Al terminar la escalera, una puerta cerrada; algunos sellos estaban rotos, y otros intactos. Al parecer, el sepulcro había sido violado y nuevamente sellado. Tras la puerta, un corredor y una segunda puerta. Cuando fue abierta, las lámparas arrancaron maravillosos reflejos de un trono de oro, vasos de alabastro y cofres ricamente decorados, llenos de piedras preciosas. Allí estaban las armas y los carruajes de Tutankhamón, y estatuas con la reluciente serpiente sagrada en el frente. En una cámara lateral se encontraron nuevos objetos, amontonados en desorden, como si los ladrones hubieran sido sorprendidos en su tarea, abandonando el rico botín. Y aun más: una tercera puerta en la antecámara, con los sellos perfectamente intactos.

Plano de la tumba de Tutankhamón.



La pared de oro

Carter no realizó una labor apresurada, era necesario ordenar y clasificar los preciosos objetos, recurrir al consejo de los especialistas antes de moverlos o aun tocarlos. Por fin, todo estuvo listo para abrir la tercera puerta; atrás, una pared... ¡de oro! Y esa pared era nada menos que una enorme urna que contenía el sarcófago. Esta cámara estaba cubierta enteramente de oro, con signos mágicos para proteger al difunto. Una puerta baja comunicaba con la cámara del tesoro, con joyas y preciosas ofrendas. En el interior de la urna, la momia del faraón, dentro de varios sarcófagos encajados entre sí. Los tres últimos tenían la imagen del faraón representado como dios Osiris, en madera dorada y oro 22 quilates.
La momia de Tutankhamón estaba cubierta por una máscara funeraria de tamaño natural, de oro macizo y piedras preciosas. Bajo los vendajes, joyas, amuletos y puñales; uno de estos últimos era de hierro, metal precioso en el antiguo Egipto por ser prácticamente desconocido. Ahora puede comprenderse mejor por qué los saqueadores antiguos y modernos enfrentarían cualquier riesgo con tal de penetrar en la tumba del faraón.
Y, sin embargo, quizá lo más conmovedor en medio de aquel regio esplendor fue una guirnalda de flores secas, tal vez el adiós de la joven esposa del faraón.

Howard Carrter, ante la urna dorada.




La maldición del faraón

Largos años demandó a Carter el estudio de los preciosos objetos hallados en la tumba de Tutankhamón, que enriquecieron notablemente nuestros conocimientos sobre la antigua civilización del Nilo. Este paciente esfuerzo nada tiene que ver con una curiosa historia, nacida de la superstición y alimentada por una prensa ávida de sensacionalismo: la de la maldición del faraón. Esta supuesta maldición estaba dirigida contra los que profanaran su tumba, y habría alcanzado a unas veinte personas que participaron en la expedición. No hay que olvidar que, en la historia de la arqueología, ningún hecho recibió tanta popularidad como el hallazgo de la tumba de Tutankhamón. En sólo tres meses del año 1926, el túmulo fue visitado por más de doce mil turistas. Pero el metódico y laborioso estudio de las piezas arqueológicas dejo de ser noticia para el lector profano....




Historias de fantasmas

¿Cómo surgió la leyenda? El punto de partida fue la prematura muerte de Lord Carnarvon, en 1923; se atribuyó el hecho a la picadura de un insecto venenoso, mientras que otras versiones hablaban de neumonía. Pero no faltó quien se refiriera a un castigo reservado a los profanadores del sepulcro. Los diarios publicaron el fallecimiento de alrededor de veinte personas vinculadas con la expedición. Fue especialmente comentada la muerte de Archibald Reid, medio hermano de Lord Carnarvon, que se suicido en 1929. Al año siguiente murio Lady Carnarvon, víctima de una "picadura de insecto". También fueron encontrados muertos el secretario de Carter en la expedición y muchos otros que la prensa se encargo de rastrar.
¿En cuánto de estos casos era real la vinculación con la expedición o misterioso el motivo de la muerte? Es difícil decirlo; fue el propio Carter el que salió al paso de los rumores, calificando de "historias ridículas" todo lo referente a la maldición del faraón. Alude a la falta de gérmenes o gases venenosos en el túmulo, y a la ausencia de todo sentido común en atribuir causas sobrenaturales a esas muertes. En pleno siglo XX, época de increíbles avances científicos y técnicos, el hombre se dejaba fascinar una vez más por una nueva versión de las viejas historias de fantasmas.

Brazalete real, con la figura de un escarabajo en lapislázuli.



Riqueza para la humanidad

Lo cierto es que al llevar las antigüedades a los museos, el arqueólogo esta velando por su conservación. Dejándolas donde fueron encontradas, tarde o temprano serían botín de ladrones, lo que equivale a su pérdida irreparable. Todo aquello que fue hallado en el sepulcro de Tutankhamón enriqueció no sólo al Museo de El Cairo, sino a la humanidad entera, con un caudal de conocimientos que no excluye el respeto debido a todo ser humano, en este caso un joven faraón que vivió hace más de tres mil años. 

Trono de Tutankhamón.

Detalle del respaldo del bello trono taraceado,
representando al faraón y su joven esposa.

Sillón ceremonial.






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