"Todo lo llevo conmigo"
En ocasión de estar sitiada la ciudad de Priene con el ejército de Ciro (siglo VI a. de C.), todos sus habitantes trataban de escapar, llevándose la mayor cantidad posible de objetos de valor. El único que permanecía ajeno a tales preocupaciones y ansiedades era el filósofo Bias -uno de los siete sabios de Grecia-, quien al ser interrogado por su actitud, contestó: "Todo lo llevo conmigo". Palabras que por supuesto, no conmovieron demasiado a sus compatriotas."La suerte esta echada"
Para proteger a Roma de los soldados de las Galias, las leyes romanas prohibían severamente el paso del Rubicón -pequeño río que separaba Italia de la Galia Cisalpina-, y consideraban "traidor a la Patria" a quien atravesara con tropas dicha vía de agua. Encontrándose Julio César con ese problema (pasar el Rubicón para marchar sobre Roma), cuanta Seutonio que se decidió al fin, exclamando: "La suerte está echada". Y la frase se repite cuando alguien toma una determinación atrevida y decisiva al acometer una empresa peligrosa.
"Los laureles de Milciades no me dejan dormir"
Humanos al fin, también los grandes guerreros han sentido alguna vez algo de celos o envidia a causa del triunfo logrado por otro compañero de armas en los campos de batalla. Y cuando el general Milciades derrotó a los persas en la batalla de Maratón (siglo VI a. de C.), el general Temístocles se hartó de escuchar los interminables elogios hechos a su colega y declaró a sus amigos: "Los laureles de Milciades no me dejan dormir".
De pronto, cuando trabajaba en una estatua del Papa Julio II, Miguel Ángel se encontró con el problema que ha preocupado a muchos pintores y escultores: encontrar un objeto para poner en la mano de los modelos. Y cuando el genial artista le preguntó si le parecía bien que lo viesen sosteniendo un libro, el pontífice respondió: "No, nadie lo va a creer. Como no sé leer, colócame una espada".
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