sábado, 11 de marzo de 2017

Los artesanos: Viejos amigos del metal

Entre todos los elementos que desde la antigüedad el hombre utilizó para materializar su capacidad creativa y artística, sin duda alguna el metal (y especialmente la plata) ocupa un lugar destacado.
Y fueron los artesanos, una extraña mezcla de obreros, artistas y poetas, quienes comenzaron la fascinante tarea de elevar el simple metal a la categoría de obra de arte, logrando piezas de tanta belleza y finura, que muchas de ellas aún perduran a través de los siglos.


Set de victoriano




Un codiciado título 

Para obtener el título de maestro-artesano era necesario haber trabajado, por lo menos, cuatro años como aprendiz en el taller de algún célebre maestro, demostrar que se era una persona de bien y de intachable conducta, poseer una solvencia económica y gozar de la estima y distinción del medio ambiente en que se desempeñaba.
Sólo entonces las autoridades elevaban el nombre del postulante al Capitolio, y si lograba la cantidad de votos necesaria era, por fin, aceptado en la famosa Cofradía de los Artesanos. Una vez en ella, debía pagar una elevada cuota de ingreso y jurar sobre los Evangelios que realizaría siempre su trabajo con lealtad y justicia, observando todos los estatutos de la Cofradía de Maestros Artesanos.
Ya estaba autorizado a tener su propio taller y recibir en él a sus discípulos, que años más tarde podrían llegar a ser maestros.

Este jarro es una magnífica pieza de plata con una escena
bíblica. Daniel Friedrich von Mylius la realizó en Gdansk
(antigua Danzig), en el siglo XVIII.




La Cofradía de Vicenza

Sin duda, fue la Cofradía de Vicenza (Italia) el centro principal donde se agruparon los artesanos de los metales nobles y de las piedras preciosas, e inclusive aquellos que estaban encargados de la venta de los trabajos.
Leyes severísimas de conducta, de responsabilidad y de calidad en el trabajo les eran impuestas a los cofrades artesanos. Los talleres se encontraban ubicados muy próximos al Palacio de Gobierno de Vicenza, que realizaba una tarea de protección y de guía en el difícil arte de crear con el metal y otros valiosos elementos.
Cada artesano era, en suma, dueño de una sólida cultura y de una respetable fortuna y también de un prestigio que se acrecentaba día a día; el incremento de los trabajos, encargados generalmente por reyes y nobles, popularizaba su nombre y el de su taller.
Ese limpio orgullo de la tarea realizada con verdadero cariño, ese enorme caudal de conocimientos, de pequeños grandes secretos obtenidos tras duras jornadas de trabajo y experimentación fueron heredados por los alumnos e inclusive por los propios miembros de la familia. Y así, aún hoy, tal como lo hicieron sus lejanos antepasados, trabajan el metal no muchos pero sí extraordinarios artesanos, fieles a las técnicas y al espíritu de los mayores, celosos de un prestigio que acrecientan día a día con sacrificio y amor.

Sopera de plata con forma de tortuga, hecha en Inglaterra en 1790.




Las técnicas del metal

En el taller de cada artesano se esconden secretos métodos, pequeñas o a veces grandes modificaciones a las clásicas maneras de trabajar el metal. Ello forma parte de ese estilo, de esa característica tan particular que tienen determinadas piezas, donde se revela la personalidad de su autor. Entre las técnicas más comunes para trabajar el metal tenemos el martilleado, en la cual se utiliza un martillo con el que se le da forma a la plancha metálica; el moldeado, donde se construye un molde de madera, yeso o plomo en el cual se vierte el metal fundido; el cincelado, con el que se obtiene una decoración en relieve, eliminando la materia sobrante por medio de punzones o cinceles y de una maza; el burilado, donde la decoración se graba con un buril; el esmaltado, cuando la pieza que se trabaja es dividida en compartimientos que luego se rellenan con líquido de distintos colores; el bruñido, delicada tarea en la cual se hacen desaparecer las posibles irregularidades, generalmente en aquellos objetos que han sido fundidos en un molde.
Un procedimiento totalmente distinto de los ya enumerados es el de la filigrana, que consiste en la aplicación de hilos de oro o de plata, ya sean sencillos o aplanados, o también de hilos retorcidos en forma de cuerda.
En las antiguas monedas, en piezas de innegable belleza, en cascos y armaduras trabajados con una dedicación sin límites, los artesanos han dejado reflejados el profundo amor y el respeto con que desarrollaban su tarea.
Las actuales condiciones de vida, donde el crecimiento desmedido de las poblaciones exige que la producción sea programada con vistas a un consumo masivo, no han podido apagar aún el fuego sagrado de este fascinante trabajo de artistas, de obreros, de poetas, un fuego que perdura joven, pujante, para la perdurabilidad de esta tarea milenaria y eterna: la artesanía del metal.

Magnífico reloj holandés del siglo XVIII, que
 es una verdadera maravilla artesana.



Nave, por Henri-Auguste-Jules Patey, el más destacado platero francés
que trabajó para Luis XVI y luego para Napoleón.


Barrilito para colocar mostaza hecho para madame Pompadour por
Antoine Sebastien Durand. Cupido, mensajero del amor, sostiene
el pequeño barril.



Tetera de plata, obra de Edward Farrell, el más renombrado artesano
 de principios del siglo XIX en Inglaterra.

Juego de saleros realizado por John Hunt y Robert Roskell,
en Londres, en 1872.
Cucharitas de plata para té, hechas en Londres en el
siglo XVIII.
La platería inglesa es mundialmente famosa.






Curioso diseño de una doble copa, obra del famoso
artista alemán Alberto Durero.




Par de azucareras realizadas por Benjamin y James Smith, en Londres,
en 1810. Fueron usadas por el duque de Wellington.



Vaso diseñado por John Flaxman, en Londres,
para ser entregado a los que tuvieron una
actuación destacada en la batalla de Trafalgar.



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